Por Sergio Ureta
Escritor científico- Médico ginecólogo

Alguien sentenció que “improbable” no es sinónimo de “imposible” y qué más gráfico para demostrar aquello es analizar la existencia personal de cualquier ser humano.
¿Qué probabilidad tuve yo de haber nacido? Perdón por el protagonismo, pero es necesario para expresar el sentido de esta interrogante, lo que es factible de ser aplicado para cada ser humano existente, pasado o futuro… su improbabilidad de haber nacido.
Aseveración que tiene absoluto asidero científico. Me explico:
Poseo una configuración cromosómica que, en el 99,9 por ciento es semejante a todos los genomas humanos existentes en la actualidad, como también a los que ya desaparecieron desde el Cromañón sapiens y, sin duda, en el mismo porcentaje a los humanos que vendrán a futuro. Este 0,1% nos hace distintos al resto de la humanidad. (Nos diferenciamos en 4% con un chimpancé)
Sin embargo, “mi genoma” –es decir, mi estructura genética– es único y distinto a todo lo existido y a lo que está por existir. Es más personal que la huella digital, porque sólo hubo un espermatozoide de mi padre y un sólo óvulo de mi madre que lo permitieron.
Es necesario destacar que cada mujer tiene alrededor de 400.000 ovogonios (óvulos) en sus ovarios desde el nacimiento, de los cuales alrededor de 1.000 se transformarán en ovocitos factibles de ser fecundados, y que mensualmente se liberan desde una niña de 13 años hasta llegar a mujer de 40 años en promedio, tiempo que se considera en etapa fértil, por ende, factible de ser embarazada.
Esto porque en cada proceso de ovulación –que es mensual– crecen entre dos y seis ovocitos en el ovario, atrofiándose casi todos y privilegiando a uno solo que saldrá del ovario (ovulación), el que permanece no más de tres días en la trompa de Falopio, lapso en el que podrá ser fecundado por la unión con un espermato­zoide.
Por tanto, en los 27 años de edad fértil de la mujer ella ovulará uno por mes, lo que da un total de apenas 324 óvulos factibles de ser fecundados, poco menos del 10 por ciento (del total de 400 mil). Incluso, hay que descontar los óvulos que no saldrán cuando la mujer está embarazada y lactando, y cuando está tomando anticonceptivos.
Entonces, uno solo de estos óvulos de mi madre traía la mitad del material genético para mi creación.
En tanto, el hombre eyacula alrededor de 80 millones de esper­matozoides en cada acto sexual, todos con un genoma diferente. Calculando un coito semanal en 20 años, resulta la cifra de 83 mil 200 millones de espermatozoides liberados.
Con este cálculo es posible apreciar que las posibilidades de combinatoria son inconmensurables y de sólo la mezcla de “el” espermatozoide con solo “ese” óvulo y en aquel único día (o noche, como se acostum­bra) resultó el óvulo fecundado con mi genoma.
De no haber sido así, nunca habría existido. Es a esa casualidad casi imposible a la que hago referencia, sin embargo ocurrió, porque soy ese testimonio.
Por tanto tenía que darse en “ese” instante especial, porque además el genoma está cambiando permanentemente por efecto de muchos otros procesos que hacen que el fenotipo (características externas) del individuo sea distinto a la sumatoria del genoma aportado por el óvulo y del espermatozoide, tal como los transposones (secuencias de ADN que cambian de posición de manera autosuficiente en el cromosoma original), provocando pequeñas mutaciones, además de entrecruzamiento de genes y otros más complejos que modifican el genoma, dando un individuo distinto al que señalaba el genoma.
Esto sin contar con las vicisitudes que vienen después: el cuidado del embarazo, circunstancias del parto, educación, accidentes, influencia ambiental, astral, y otras, que hicieron de mí un espécimen único en este planeta.
Por tanto la pregunta, ¿qué probabilidad tuve de nacer? Omi­tiendo la casualidad de que ese único óvulo haya sido fecundado por ese único espermatozoide, debió darse la condición fortuita de que mi padre se conociera con mi madre, que es ¡otra tremenda historia!, ya que eran los únicos en la Tierra que traían las instrucciones para mi existencia. Y así fue, después de una infinidad de casualidades, aquí estoy compartiendo este conocimiento.

*Extracto del libro Inteligencia Humana.

 

 

 

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