Por Boris Gálvez Llantén
Director de Pranakine / www.pranakine.cl
Llegué a eso de las 20:30 hrs a la casa ceremonial, la Maloca, después de la dura decisión de caminar sólo con una linterna durante la cálida noche en la selva del centro Ani nii shobo, ubicado en San Francisco yarina-cocha. Al entrar me percaté que habían más personas que los pasajeros que había conocido durante la estadía en el centro.
Los chamanes estaban sentados a un costado de la enorme habitación. Andrés, dueño del centro, iba ordenadamente asignando los puestos de los participantes que formaban un círculo en el lugar. Distinguí a tres o cuatro japoneses, los cuales hacían yoga, oraban y elongaban su cuerpo previo a la ceremonia. El ambiente se hacía hipnótico y mi corazón latía cada vez más rápido y fuerte. Después de unos 15 minutos, llegó toda la gente y comenzó la ceremonia. El chamán Roger López, con un aspecto humilde y bondadoso, comenzó ofreciendo la ayahuasca en un pequeño vaso, parecido al que se usa para tequila. Al llegar a mi puesto me saludó con una simpática voz dándome la bienvenida. Fue así como me designó un poco más de la mitad del vaso. Lo tomé con mis sudorosas manos y de un buen brinco lo acerqué hacia mi boca. La sensación de amargura recorrió mi garganta hasta llegar a mis entrañas, como si fueran raíces en mis intestinos. Me enjuagué la boca con el agua que había llevado, y me senté con la espalda bien recta tratando de relajar mi mente y que fluyera mi energía lo mejor posible. Comencé a orar, recordando mis peticiones y propósitos de viaje… cerré mis ojos permitiendo lo que fuera en mi ser…
Mis primeras sensaciones fueron de malestar general, sentí ganas de salir corriendo por mi distención abdominal. Poco a poco comenzaba a “entrar” la medicina. Mis primeras visiones fueron de naturaleza viva, como si un cuadro de pintura cobrara vida: árboles, colores destellantes, y al mismo tiempo sentía mucha energía que comenzaba a recorrer mi ser. Así se inició el mareo y el vértigo, los cuales se hicieron presentes después de unos 30 minutos de haber bebido el brebaje. Veía y sentía a la madre naturaleza entrar en mi cuerpo. Toda la maloca estaba en silencio y el ambiente comenzaba a bañarse de una sensación misteriosa y excitante. Los sonidos de la selva ayudaban al trance hipnótico en el que yo estaba sumergido.
Fue después de aproximadamente 40 minutos que me di cuenta que estaba “dentro” de la medicina ayahuasca. Todo era selva, colores fosforescentes y energía profunda que recorría mi sangre. De pronto, comencé a sentir mucho asco hasta que llegué al vómito. Un líquido turbio y con ramas de árboles viejos (o eso parecía) comenzaba a salir de mi boca. Decidí abrir los ojos, pero el mareo no cesaba, así que los cerré nuevamente y pedí para que fuera un viaje lleno de amor y enseñanzas. Comencé a ver cucarachas e insectos en mis piernas y a mi alrededor. Sentí que todos esos bichos reflejaban mis miedos, los cuales me atacaban tratando de entrar en mi cuerpo. Mi ego comenzaba a cuestionarse si realmente iba a poder durar los cuatro meses en la selva peruana que me había propuesto, comenzó una disputa interna como si existiera una dualidad entre la mente y el alma.
Sentí y experimenté mis preocupaciones, mis ansiedades, las relaciones disfuncionales que tenía en mi vida y comenzaba a botar toda esa energía por la boca en forma de vómito, limpiando todas esas raíces que estaban en mí.
Poco a poco comencé a escuchar los hermosos ícaros de los maestros curanderos, los cuales potenciaban el efecto de la planta. La medicina me enseñaba cómo tratar a la naturaleza, cómo hablarle, cómo palparla y cómo escuchar sus intenciones. Todo lo que no entendía en un minuto empezaba a dar frutos en mis neuronas. Mi cuerpo se movía de un lado a otro; mi respiración tenía distintos ritmos y botaba las “malas energías” que estaban en mi interior. Me ayudaba con movimientos de manos a sacar mi energía densa y purificaba cada vez más mi alma.
La planta me enseñaba sobre mi interior, me hacía sentir cómo respiraba el espíritu… Mi cuerpo cada vez se movía más, como si estuviera en una fiesta, mi mente estaba en blanco y sólo nacía energía desde lo más bajo de mi columna. Comencé a agradecer todo lo que veía y sentía. El alma se movía al ritmo de cada palabra del ícaro que cantaban los maestros. Comencé a sentir ganas de ayudar a las personas que estaban a mi lado, conectándome con ellos y sentir todo lo que les pasaba, sentía que estábamos conectados… Creí poder ver lo que estaban viviendo, contemplaba sus sombras oscuras y densas, las cuales también eran mías, todos éramos lo mismo.
Luego visualicé a mi familia, amigos, conocidos y a todas las personas que habían pasado por mi vida, dándoles un abrazo y bendiciéndolas. Mi boca comenzó a hacer ruidos extraños, palabras en otros idiomas, ayudaba con las palmas y los dedos, hacía los cantos maestros, como si fuera un ritmo que fluía desde mis extremidades. Abrí los ojos y los animales danzaban zapateando el piso, los miraba y veía a un halcón gigante y blanco volando sobre las montañas de la maloca. En un minuto el animal entró en mí, sintiendo sus plumas, su pico y su vuelo por las nubes…
En ese minuto todos estábamos aprendiendo a ser nuestros propios curanderos, éramos todos uno, uno con los multiversos de la existencia. De un minuto a otro vi al maestro Roger frente a mí, cantando y sanándome. Mi reacción fue de flexionar mi cabeza y recibir toda su medicina, agradeciendo todo su poder. Soplaba humo de mapacho sobre mi cabeza, sentía los perfumes de las plantas, los cuales traspasaban mis huesos. Comenzaba el éxtasis chamánico, sentía más fuerza en mis músculos, más energía interna, más confianza y amaba cada célula de mi cuerpo.
Los insectos y bichos llegaban nuevamente, como si quisieran entrar en mí, no obstante no entraban, ya que había aprendido de ellos. Alababa a las serpientes y boas que veía a mí alrededor. De un minuto a otro, visualicé un puma hermoso atrás de mí, dándome enseñanzas y cuidándome en mi viaje interior. Poco a poco, comencé a sentirme como él, sentía su pelaje, mi nariz era distinta, mi respiración era rápida y sentía el perfume de la tierra. Cambiaba mi postura corporal, siendo un espectador de todo en la selva…En ese momento un pasajero del lodge me habló; me agradecía por haber llegado, me decía que las plantas me estaban esperando y me preguntaba por qué me había demorado tanto. Mi consciente se preguntaba, en ese minuto, si era realmente él quien me hablaba o era la energía de las plantas maestras que hablaban a través de él. La mareación era tal, que no podía discernir lo “real” de lo “irreal”; me cuestioné cómo entonces se formaba la realidad y la ilusión, cómo todo el potencial de nuestro cerebro creativo, enfermizo y sanador a la vez.
Nuevamente volví a mi postura de puma y rugí mirando cómo estábamos todos. Sentí que mi mirada trascendía la oscuridad y podía sentir ¡y ver todo!, una larga vista hacia el infinito. Mi cuerpo se movía sin algún propósito en particular, me di cuenta que tenía mucho polvo en mi cuerpo físico. Mi boca decía palabras que no entendía, era otro idioma, sentía la ancestralidad de las palabras como balbuceos antiguos, una jerga telepática y metafórica. Al sentir los mágicos perfumes que los maestros exponían en el ambiente, me recosté a dormir…, los ícaros comenzaron a sonar mucho más suaves, disminuyendo su intensidad, haciéndose como una canción de cuna, hasta que cerré los ojos y me dormí… con una felicidad plena.