Por Boris Gálvez Llantén
Kinesiólogo integrativo
Co-Director Instituto Prana Kine www.pranakine.cl
Autor libro «Madre serpiente de la selva. Experiencias con ayahuasca»
Todo comenzó una noche en la ciudad de Santiago de Chile… Era mi primera vez con la medicina amazónica y sus brebajes maestros. Esa noche, dicha experiencia, abrió mis límites mentales y dimensionales, muchas preguntas comenzaron a brotar desde la profundidad de mi ser, símbolos y visiones que después tuve que ir a buscar a la selva amazónica.
Me demoré dos años en poder concretar una visita en la profundidad de la amazonia peruana. Era un lugar llamado Vencedor, en el río Pisque, a 24 horas en lancha de la ciudad Pucallpa. Fue ahí, en dieta chamánica, con una pareja de curanderos vegetalistas shipibos conibos, donde pude encontrar gran parte de las respuestas que buscaba.
La dieta, con la planta Bobinsana, abrió mis sentidos e ideas de lo que creía hasta ese momento. Había tomado la planta algunos días y esperaba ansioso por tener una ceremonia y “abrir” la sabiduría de la dieta. En dicho momento podría conocer y presentarme ante la planta, podría conversarle mis problemas y arreglar mi mente, podría reencontrarme con mi alma…por lo menos, eso era lo que yo creía que iba a suceder.
Aquella noche, después de beber la medicina se apagó el fuego de la vela y me di cuenta que estaba muy lejos de mi hogar, justo en ese momento fui consciente de lo que estaba haciendo en la Amazonia peruana, tantos meses buscando a la maestra Justina para que me mostrara lo que iba a contemplar esa noche.
En un abrir y cerrar los ojos me di cuenta que estaba dentro del “mundo chamánico”, podía sentir y ver los mandalas brillosos que fluían por la piel de las serpientes. Cada vez el viaje iba más y más rápido al interior de las plantas maestras, la cual me daba la bienvenida hacia sus dimensiones.
Encendí la pipa con tabaco y soplé aquello que no me dejaba ver qué había en la profundidad de mi ser. Las lianas coloridas aparecían mostrándome sus dimensiones, era como si estuviera sacando las cáscaras de una cebolla para entrar en su interior…
Cuando abrí los ojos, la visión estaba muy borrosa y mareadora, los cantos hacían vibrar el mosquetero gigante que nos cubría esa noche húmeda y cálida. Al poder enfocar y lograr ver lo que estaba visionando me di cuenta que estaba en el interior de un circo… Mi racional cuestionó ese lugar tan inesperado… ¡¿Qué hago yo en un circo?!, fue lo primero que se me vino a la cabeza. Por un lado, un hombre con cartas del tarot, revolvía su naipe francés para que conectará con lo más profundo de mi ser… más allá estaba el domador con sus dos leones preparando el show del que iba a ser espectador. Los trapecistas y payasos preparaban sus números especiales también, yo podía contemplar cada minúsculo movimiento en el escenario, como si estuviera en sus mentes, como si yo fuera ellos. El mago, el alquimista, el enano, los animales, etc., inundaban la mareación la cual se hacía cada vez más espesa.
Al tomar consciencia de mi cuerpo comprendí que casi no respiraba físicamente, no obstante cerraba los ojos y podía observar ese circo rojizo que me llamaba para enseñarme algo importante. Esta vez, al contemplar bien los rostros de cada personaje, me di cuenta ¡que todos tenían mi rostro! Es decir, mi ser estaba en cada uno de ellos, y cada micro-consciencia me enseñaba a ser como cada uno de los personajes del escenario.
Cada vez que lograba entender mis complejas reflexiones, mi estómago no soportaba la mareación y purgaba todos los pensamientos y laberintos mentales; todos aquellos cuestionamientos eran liberados.
Al observar que todos eran una parte de mí, observé la carpa del circo, y me di cuenta que unos ojos me miraban…, esos ojos eran míos también. Entonces entré en una especie de colapso mental y comencé a experimentar la locura en su máxima expresión. La mente racional no podía encontrar respuestas, todo era irracional, simbólico y metafórico, no podía frente a tal visión abrumadora. Intentaba coger la pipa o los perfumes, pero mi cuerpo no reaccionaba, no tenía fuerzas para coordinar los movimientos para encender mi pipa, estaba en las puertas de la “muerte”.
Sentí que el show iba a comenzar, a lo lejos se escuchaba una orquesta que icaraba al ritmo del viento, los ángeles y todos los seres salían con sus instrumentos para alinear la mareación que yo estaba observando. Al encender las luces del circo, me di cuenta que yo era cada uno de los personajes, de los participantes, de los animales, ¡hasta la carpa completa era yo mismo!
Con las pocas energías que sentía intenté llamar a la curandera telepáticamente, ya que no podía sacar palabras de mi boca, sólo vomitaba sin saber por qué.
En un parpado sólo quedó el canto agudo de la gran curandera, sabía que me cantaba para poder encontrar el camino de vuelta. Poco a poco comencé a sentir la fuerza de la visión en mí; mis músculos comenzaron a volver a su tonicidad, la coordinación neuromuscular comenzó a alinearse y las neuronas encontraron la sinapsis perfecta. En ese minuto sentí mi estómago, lo palpé sutilmente y me di cuenta que algo pasaba en la visión, los ojos de la carpa se multiplicaban y su color rojizo cambiaba de diseños y estilos. ¿Es que acaso ese circo estaba en mi estómago?, fue lo que racionalmente me cuestioné. Al entender dicho aprendizaje, tomé la pipa y tragué el tabaco que fumaba, guiándolo hacia el estómago. Fue ahí cuando la visión se pintó de viento perfumado e hizo que toda la mareación se alineara: el circo se extinguía, al igual que sus personajes. Podía observar mi interior y conectarme con los seres que vivían en él, podía tocar la mucosa gástrica y entrar en los intestinos y vísceras…, era un viaje hacia el interior, navegaba por mi cuerpo todo lo que había visto, era lo que estaba dentro de él. Mi racionalidad entraba tímidamente en el escenario y entendía lo que me había pasado.
Al dejar la pipa en el piso de madera de la maloca (espacio ceremonial), la maestra se acercó y se sentó frente a mí. Me sopló tabaco en la cabeza, su olor era como la humedad de las serpientes. No tenía palabras para la experiencia. Al finalizar respiré nuevamente tranquilo y le dije lo agradecido que estaba con la vida y con la medicina shipiba-coniba. Ella al escucharme y riéndose, me dijo: ¡está fuerte la mareación!, así se aprende en este mundo, hay que ser fuerte… Fue lo último que le oí antes de descansar en el piso de madera.