El pasado miércoles 26 de septiembre se realizó el lanzamiento del séptimo libro de nuestra directora, la escritora, terapeuta energética y periodista Valeria Solís en el Teatro de la Aurora.
El evento, que se desarrolló en un cálido ambiente fue presentado por el tarólogo, escritor y colaborador fundacional de Mirada Maga, Álvaro Santi, quien destacó el título de ésta, la primera novela publicada por la autora, haciendo referencia a una carta muy llamativa del juego del Tarot, la cual representa la fertilidad, la vida, la anidación de todas las posibilidades desde un escenario seguro, empoderado y con la paciencia de la sabiduría.
Cabe señalar que la novela «Arcano Tres, la emperatriz» fue dada a conocer en formato PDF en 2014 bajo el nombre de «Daniela» aludiendo a la protagonista de esta historia conmovedora que releva la importancia de la memoria de nuestros episodios cotidianos, nuestros lazos y entorno. Dicho libro fue terminado de escribir en mayo de 2012 lo cual llamó la atención de los asistentes, ante lo cual su autora explicó: «es mi primera novela, es lo más íntimo que he escrito, están ahí mis mundos y personales inventados, lo que vi, lo que sentí, lo que transformé. La verdad es que me dio miedo exponerme, así es que lo guardé y fui publicando mis otros libros, cuando me di cuenta que ya había publicado cuatro más me di cuenta que daba lo mismo cuánto me exponía, porque ésa era yo, esa soy yo dese mi mirada. Esos personajes inventados o inspirados en otros son parte de mi mundo y sólo espero que los movilice e inspire, sino es así, nada que hacer».
La novela breve (155 página) cuenta la historia de Daniela, una mujer de 40 años que súbitamente ha perdido a su madre. El padre, para dejar atrás su dolor decide vender la casa de los abuelos a la que llegaron en enero de 1983 después de una larga estadía en Buenos Aires. En un principio la protagonista se niega a apoyar la idea, pero después comprender que no le queda otra que aprender a soltar, soltar un espacio lleno de recuerdos, de aprendizaje, magia y humanidad. La protagonista es la última en ceder, pero antes pide un favor: Dos semanas sola en la casa de Ñuñoa.
Atravesada por episodios claves de la historia reciente de Chile, la novela pone énfasis en los lazos familiares y la mirada de la protagonista desde los 10 años en adelante.
«Una de las cosas que fui descubriendo mientras escribía el libro es que definitivamente nuestra historia, nuestro paso por la vida nunca pasará por los éxitos macros como el gran puesto de trabajo, la casa, el auto, sino sólo por esos detalles, silenciosos, esa frase, ese gesto, ese olor a cazuela, esa frase en el momento preciso, que dan forma a nuestro camino, ésa es la vida que recordamos y que podemos honrar», señala la autora.
El poeta y periodista Héctor Monsalve fue el encargado de comentar el libro y dijo lo siguiente: La voz de la narradora de este libro era difícil para mí en un principio, supongo que porque era una niña la que me mostraba su mundo. De a poco me fui acostumbrando a su tono, a su mirada, a su entorno, con ganas de saber cuál era su historia; el por qué de llamarme a entrar en sus recuerdos.
Después, cuando terminé de leer el libro, la respuesta fue muy concreta. Sentí unas ganas profundas de hablar con mis muertos y en la noche los invoqué, los recordé a cada uno, los repasé en mi mente, sus rostros, sus personalidades y les hice cariño y les di las gracias. Y agradezco ahora también ese regalo de este libro.
Venimos desde nuestros muertos y seguramente estamos atados a ellos por hilos largos e invisibles. Pero, ¿hasta qué punto nos configuran? Me recuerdo caminando, hace muchos años, muy joven, cuando sentí que yo era el fruto de todos los que habían pasado, de todas las vidas que habían permitido que yo estuviera aquí; cada semilla. Y que pudiera sentir, aprehender, conocer; aquí y ahora. El curso de la vida me hace olvidar a veces esa certeza y este libro me la recordó nuevamente.
Porque este libro es un cuento de vida y de memoria. Es un homenaje. Quizá, un sólo instante: la entrada a la casa solitaria de la infancia, después de años; llena de nuestros muertos, de momentos, de cosas olvidadas, de todo eso que aún está ahí. De esa posible eternidad que se ha quedado pegada, seres y cosas. Y es que habitualmente nos centramos más en las pérdidas. Pero la muerte, “la gran maestra”, llamada así por las culturas prehispánicas, nos viene a sacudir para corregir la mirada. La muerte que transforma y resignifica, cuando nos toca el hombro cada cierto tiempo. Este libro nos recuerda eso. Nos permite centrarnos en quedarnos con algo, nos enseña a rescatar lo que debe rescatarse y que es suficiente para valorar y devolver a la vida a aquellos importantes. La narradora no se queda con el entorno terrible, con los traumas, con las vivencias de una dictadura que marcó el curso de este país y de su gente. Se queda con la esencia, con lo mejor. Libros como este son los que me gustaría les dieran a leer a mis hijas en el colegio, para empezar a leer y para empezar, a la vez, a intuir.
Intuir cosas como ésta: «nada tiene que ver la muerte con la muerte».
Cito un poema de Enrique Lihn:
“Nada tiene que ver el dolor con el dolor
nada tiene que ver la desesperación con la desesperación
Las palabras que usamos para designar esas cosas están viciadas
No hay nombres en la zona muda”
“Nos duele la muerte porque nos recuerda que estamos vivos”, decía el padre sabio, ya muerto, de una amiga poeta. Y es que la muerte, nos enseña lo que es la vida por negación. Y nos duele la muerte, nos aterroriza, pero ella no hace más que recordarnos vivir con toda la fuerza, con toda la intensidad que nos sea posible. La poesía, en mi caso, justamente parte de esta certeza, responde a la obligación de centrarme en la esencia y de entender que es necesario estar vivo, saber que se está vivo. Así la muerte puede ser vista como un don. Así, “la muerte no tendrá dominio”, al decir del gran poema de Dylan Thomas, que cito: “Los que yacen hace tiempo en los recodos bajo el mar/ no morirán ahí en vano”.
Porque un día, por ejemplo, miramos a nuestro abuelo muerto sobre una sábana y sabemos que pronto seremos nosotros los que estaremos ahí, observados por nuestros hijos o nietos. Y entonces debemos ser como esa mujer hermosa que en este libro enseña y entrega. La muerte, como el mar, como la felicidad, no es algo que sucede en el pasado. Sucede siempre.
Este libro nos recuerda el mantener vivos a nuestros muertos. Miramos en los ojos de nuestros hijos un guiño que nos hace saber que, frente a una situación puntual y pequeña de su vida, están pensando igual que nosotros a su edad, los vemos además tener más de un gesto repetido del abuelo, de la abuela. Repiten las conductas porque repiten las certezas, las enseñanzas recibidas de todos nuestros muertos, con quienes siempre, no debemos olvidarlo, debemos conversar, cada uno a su manera. Aquí la manera de Jorge Teillier, poeta que sé le gusta mucho a Valeria:
Para hablar con los muertos.
Para hablar con los muertos
hay que elegir palabras
que ellos reconozcan tan fácilmente
como sus manos
reconocían el pelaje de sus perros en la oscuridad.
Palabras claras y tranquilas
como el agua del torrente domesticada en la copa
o las sillas ordenadas por la madre
después que se han ido los invitados.
Palabras que la noche acoja
como a los fuegos fatuos los pantanos.
Para hablar con los muertos
hay que saber esperar:
ellos son miedosos
como los primeros pasos de un niño.
Pero si tenemos paciencia
un día nos responderán
con una hoja de álamo atrapada por un espejo roto,
con una llama de súbito reanimada en la chimenea,
con un regreso oscuro de pájaros
frente a la mirada de una muchacha (Daniela, la protagonista…, o quizá Valeria)
que aguarda inmóvil en el umbral.