Por Valeria Solís T.
Directora Mirada Maga Ediciones
*Esta entrevista fue publicada en 2014
Con más de 20 libros a su haber, y donde en su mayoría se refieren a la investigación de la cosmovisión mapuche, el destacado etnógrafo chileno Ziley Mora, nos plantea la necesidad de mirar la sabiduría mapuche desde su propia esencia cultural y de su lenguaje, para poder así abrazar e identificar el valor que está en sus propias palabras. Asentado en Coihueco (Ñuble), el investigador actualmente está centrado en la práctica, en Chile y en México, de la técnica de la ontoescritura, un método creado por él donde se plantea que el uso de la palabra y el relato de la propia biografía son caminos para la autocuración. Un mundo personal y cultural que se despliega en esta conversación.
¿Cómo se provoca este interés por la cultura mapuche?
-Es mi propia historia personal. Todo se remonta a mi abuelo paterno, Wenceslao Mora, quien era de origen mapuche-pewenche. Por tanto, yo soy un mestizo que ha sabido dialogar con sus ancestros indígenas y ha encontrado en ellos la fuente primera de su identidad personal. Ese abuelo mío comerciaba, a inicios del siglo XX, con pieles de pumas en el mercado de Chillán, las que bajaba en carreta y a caballo desde las montañas de Coihueco, terruño-matriz también de mi otro ancestro, el materno, Penrose. Hace ya muchos años descubrí en las actas de bautismo de los franciscanos de Chillán, que hacia mediados del siglo XIX un fraile registraba que “la mayoría de ellos, despojándose de sus nombres araucanos, adoptó mi nombre o mi apellido como nombre propio de cristiano”; esto es lo que señalaba la crónica del sacerdote Antonio Mora. Es decir, ocurrió con él, tal como pasó con la casi totalidad de las familias indígenas que conformaron el mestizo pueblo chileno, perdiéndose sin remedio el rastro de su procedencia étnica; eran bautizados con el nombre cristiano del padre, del cura, del encomendero, del hacendado a quien servían como peones, o bien con el nombre del dueño de la mina en que trabajaban. Entonces, mi caso es exactamente como el de cualquier otro chileno, con la diferencia que yo me he preocupado de rastrear mi historia y amar lúcidamente estos vínculos, que a mi entender me parecen preciosos.
Paralelamente, en mi infancia conocí a arrieros pewenches que transportaban ganado y alojaban frente a mi casa de adobe, que quedaba frente a un cuartel de Carabineros donde mi padre sargento les ayudaba a poner en regla sus negocios. Yo ahí podía compartir el mate y el charqui de sus fogones. Me atraía e impactaba su estilo de vida nómade, tan buenos narradores de mágicas historias.
Ya cercano a la treintena de años y enseñándole la doctrina platónica a jóvenes indígenas de un liceo de Pucón, me di cuenta que mi Ser era mapuche. Me di cuenta que mi núcleo íntimo, que mi espíritu, tenía una base étnica determinada e innegable, un tipo de biología y de biografía vinculada a una geografía particular. Esto se me alumbró de golpe en una tarde invernal del año 1984, mateando en casa de una alumna mapuche en Quelhue, al oriente de Pucón, a la cual yo intentaba enseñarle filosofía. Esa tarde y esa noche, terminaron por “engendrarme mapuche”, vale decir, “la enseñanza iniciática” que esas mujeres ancianas –madre y abuela de esa joven- practicaron sobre mí, me hicieron más hombre y reencontrarme con mis propias raíces.
-Es la dualidad primigenia, creadora, ordenadora de todo el Ad mapu o Ley natural mapuche, ya que todo se rige por el principio masculino del Wenumapu (“la tierra de arriba, donde vive el F”ta Chaw o Gran Padre) y de la Ñuke Mapu, la “Madre tierra”. Es decir, representa la potencia fecundadora masculina, solar, proveniente del Cielo y la receptora fuerza concebidora, fértil, fecunda de lo femenino. Sólo entre esas dos polaridades podría haber vida verdadera. Introducir otra fuerza, es introducir demonios, entidades del mal.
Para usted ¿qué es lo esencial de la sabiduría mapuche?
-Habría tantas perspectivas o ángulos “esenciales”, pero me quedo con el binomio de la “enfermedad-salud”. Los mapuches estiman que la irrupción de la enfermedad física se explica cuando el hombre se encuentra en su estado de ánimo más vulnerable. Si el cuerpo y el alma de la persona en un momento dado no funcionan como una sola voluntad de ser y hacer, con una única e integra intención, entonces se torna un nido predilecto para que lo posesionen y cohabiten demonios invisibles o espíritus malignos. Quien transite por la vida con “dos pensamientos” (“epu rakiduam”), se expone a ser pasto de los “señores o dueños del mal”, del dolor (Kutran), de las desgracias y de los brujos. La tarea permanente del indígena, apunta a reunir sus facultades en torno a lo que la realidad le exija a él en ese instante; a tener la mente despierta (trepelaimiduam) para así disponer de una granítica cohesión interna y contrarrestar los asaltos de energía (físicas o sutiles) extrañas a sí mismo. Cuando reina la división y el descontrol del mundo psíquico, expresado en una separación de la mente (rakiduam) el corazón (piwke) y el cuerpo (kalul) , el yo sin energía para “acecharse” – según palabras de una informante nativa–, queda a merced de una voluntad extraña: el wekufe o wekufu.
Y esto resulta maligno en primer lugar por el hecho de venir de otra parte, distinto al núcleo individual más profundo, y por su efecto hipnotizador y adormecedor del desintegrado yo (inche) no vigilado ni despierto. Si un hombre no logra poseerse a sí mismo debe esperar que sea poseído por otros entes. De esta forma, la noción de la enfermedad mapuche como “cuerpo extraño introducido mágicamente por un centro psíquico externo y con deliberación”, tiene su base –antes que una baja de las defensas inmunológicas- y es que “bajada la guardia”, un embotamiento del alerta psíquica, es un deterioro del ente consciente, por lo tanto, aparecen cuerpos extraños como piedras, cuajos o reptiles, instrumentos punzantes que la machi (mujer-chamán) debe “extraer” generalmente del abdomen de su paciente, que son nada más que materializaciones que el propio individuo incubó o gestó inconscientemente en su ánimo, producto de su precaria armonía y por la ausencia de una “mente centinela” que férreamente impida el acceso de fuerzas sutiles al territorio personal.
Entonces ellos consideran, por ejemplo, el desequilibrio energético vinculado a la enfermedad.
-La enfermedad es una suerte de “quiste anímico”, una “posesión parásita” que una vez llegada desde fuera de la persona, se instala dentro con autonomía, confundiendo y desorientando al ser humano, para luego comenzar un sistemático “chupar” la sangre -la energía mejor- lo que se la personaliza con el nombre de “witranalwe”: agente succionador del alma”. La salud, en cambio, es un estado de ánimo que implica la plena y total posesión de sí, sin pensamientos o emociones dejados a la deriva, sin el control firme del Yo. Una persona se mejora cuando recupera este control a causa que una nueva conciencia de sí, y vuelve a apoderarse de todas las energías del alma. El estar “sano” o el permanecer “bien de salud” en mapudungun, se dice konangen, que literalmente quiere decir: “ser dueño del estado del guerrero”. Lo que implica que el concepto de salud tiene directamente que ver con el cultivar un estado de vigilia “guerrero”, activo y lúcido. Antiguamente, parte de las ascesis guerrera de múltiples ejercicios de un perdido “arte marcial”, coadyuvaban a ello, las alianzas secretas con los vegetales y los animales, los baños y abluciones sagradas antes de la salida del sol, la dieta privilegiada de frutos silvestres recogidos con gotas de rocío, las plantas de los faldeos volcánicos, las flores disecadas, las bebidas fermentadas de raíces.
¿Entonces también consideran elementos de la naturaleza como animales de poder u otros?
–Quizá la información troncal sea explicar brevemente el profundo postulado de la religión chamánica tanto de las machis mapuches como de otros chamanes de Sudamérica: lo infinitamente grande puede ser afectado, “manipulado”, por lo infinitamente pequeño, a través del medio de una efigie o “amuleto” que lo representa, y a través del deseo mental expresado en un ensalmo o conjuro verbal. El deseo es quien alinea y comanda la órbita de los electrones libres del universo. Para los chamanes, como la machi, todo es cuestión de deseo, pues el deseo es la inteligencia del átomo, de un tipo de deseo intenso, conjurado y asociado a los poderes superiores del cosmos: deseo de que avance ese poder sin contradicciones ni interferencias. Ese amuleto, ese animal de poder, gesto, ofrenda o ensalmo, cumple la misma función de servir de “guía” para enfocar la mente y darle “objetivo” a la vasta fuerza psíquica de la intencionalidad humana.
Los chamanes manejan ese campo vibratorio de lo sutil dándole dirección a través de una orden ritual. El electrón obedece al deseo y al ritual. Y el deseo intenso y “limpio”, hace avanzar al electrón. El ritual es la fuerza del deseo, que ayuda a que vuelvan a su órbita aquellos electrones débiles y desplazados por los extraños. El verbo del chamán y la mente del enfermo y de sus parientes, ofrecen una fuerza adicional para hacer volver al alma “robada” o extraviada. No en vano “el mal” recibe el nombre de wekufe “el nuevo visitante”, y no en vano, la antigua palabra mapuche para “médico” era ampife: “el que es experto en darle órdenes imperiosas al alma”. La religión, por tanto, sólo puede ser comprensión de estas leyes naturales ocultas y prácticas de la magia.
-Por cierto que sí, y de forma muy creciente, a pesar de la mala prensa. En varios hospitales de la Araucanía y la provincia de Arauco, las machis atienden y son objeto de interconsultas médicas…Esto lo dice todo. Ellas son figuras sagradas, reconocidamente públicas, respetadas y veneradas. Tienen un aprecio enorme en las comunidades.
¿Quiénes son los guardianes del conocimiento ancestral?
– Los kimches o “ancianos lúcidos” mapuches, los amautas quechuas, ciertos ampikamayos de la etnia k’eros en el altiplano boliviano y por cierto, los yatiris, en Pun y el Titicaca. Todos en lugares marginales, sin páginas webs. Casi nunca viajan a encuentros de la Pachamama, casi nunca dan entrevistas…Son bastante invisibles, y muchos de ellos por una particular opción, dado que desde el silencio y el más “bajo perfil”, operan más eficazmente las transformaciones de la gran magia.
¿Las nuevas generaciones mapuches conocen su pasado vinculado al pensamiento o filosofía ancestral?
-No como a mí me hubiese gustado que las conocieran y manejaran, pero creo que sólo es una cuestión de tiempo. Un signo interesante es la cada vez más grande masa de estudiantes universitarios y profesionales mapuches que vuelven a su raíz y escarban en y desde ella, revalorizando cada vez más a sus machis y kimches (ancianos) para con sus viejos saberes acometer su vida, su compromiso con el pueblo y la cultura de sus ancestros.
La Magia de la palabra
¿Qué importancia tiene el lenguaje como elemento simbólico de la cosmovisión mapuche?
-Un gran y poderoso tema. Hay que decir y reproducir lo que una vez me dijo el poeta Leonel Lienlaf: “El mapudungun no necesita de sinónimos porque cada palabra es un mundo, cada palabra en sí misma un poema. Los sinónimos se han hecho para matar el idioma. Y con la explicación (que hacen los sinónimos) no se entiende: no se puede entender con explicaciones. El idioma puede ser más rico con más palabras pero no con más sinónimos”.
Cuando yo aprendía el mapudungun en la zona cordillerana de Pucón a inicios de los ochenta, hubo muchos elementos estructurales y lexicográficos que me llamaron poderosamente la atención, pero el más notable fue descubrir la ausencia de la negación, de un marcador lingüístico para el “NO”. Y es en este exacto punto donde la vieja tradición mapuche chilena tiene algo valioso de aportar: algo decisivo y trascendental que decir, o mejor, algo que se cuidó de “no decir” jamás. Porque el idioma nativo -el mapudungun o el “decir de la tierra”- en aquel primigenio tiempo en que cuajaba y coagulaba el mundo- se cuidó de no cuajar una realidad ajena a la esencia de lo humano, pero a través de denominaciones lingüísticas, con “palabras”(sonidos significantes) que luego de pronunciarlas cada vez vuelven a diseñar la realidad. Ya en la traducción literal del nombre del idioma, “el decir de la tierra”, está contenido lo que es un idioma, lo que involucra una palabra: el hablante a través de signos sonoros prolonga en sí mismo el habla muda de la tierra. La tierra, que es la propia naturaleza para el mapuche, se “apodera” del cerebro y de la lengua de su representante: el hombre, ese vector responsable de las fuerzas de la vida, para seguir haciendo su trabajo evolutivo: rediseñar perpetuamente el mundo.
Ahora, ¿cómo puede existir una cultura en la que en su léxico, esté ausente el no, la negación?, ¿cómo será interactuar entre seres humanos sin usar la negación? La tradición mapuche tiene la respuesta. Paralelamente a mi trabajo de campo en la zona mapuche hace más de treinta años, me relacioné con la cibernética de segundo orden (cibernética de los sistemas observadores) y desde allí me aproximé colateralmente con este profundo tema la ausencia del no, de la negación. Un ejemplo: si en castellano decimos “ya no te amo”, en mapuche se dice “Ngelay ayün”, cuya traducción literal es “mis ojos se durmieron para tu luz”. Esta declaración ¿de qué es manifestación? Lo es de la experiencia del hablante. Este hablar valida al orientado (aquél con el cual se interactúa). El otro “sigue brillando con su luz”, es confirmado en su experiencia, pero señala una situación en presente donde el orientador (el hablante) se hace responsable y en el cual deja las puertas abiertas, toda vez que lo dormido es susceptible de despertar. Este pequeño ejemplo del léxico mapuche abre un mundo de reflexiones.
Para una cultura donde la negación está ausente, en principio, todo es posible. ¿Cómo sería vivir en un mundo donde todo es posible, en un mundo encantado? Lo mapuche entonces, es el caso o el fenómeno de una cultura no inhibidora de la experiencia directa de las cosas, propiciadora más de realizar y autodescubrir la verdad, que de formularla y “enseñarla”, congelada en unos conceptos despegados del aquí y del ahora. Porque el paradigma del “no” es limitante y castrador al destruir el único aprendizaje eficaz: el autoaprendizaje. Al no existir prohibición o restricción mental, tampoco lo hay para otras facultades o potencias, tanto físicas como emocionales, que se disponen como un sólo haz a la experiencia y al aprendizaje del mundo. Percibida así la realidad, cada punto del espacio aparece a la conciencia como centro del universo y cada momento como centro del tiempo: “hoy”, “aquí y ahora” es el único y precioso lugar e instante para el cual la Tierra se ha preparado desde su origen.
El lenguaje mapuche podría ser considerado un verdadero lenguaje poético, como si desde la raíz brotara la metáfora, ¿comparte esa idea?
–Absolutamente. La raíz o la etimología de las palabras mapuches o simplemente su significado literal comporta la más alta poesía y sabiduría. Por ejemplo, la noción misma del arcaico vocablo ampife: que se traduce como “médico”, “doctor”, “experto en curar y administrar medicina”. Etimológicamente, la palabra deriva de am: “alma”, “el doble sutil del cuerpo”, del verbo pin que significa: “dar órdenes imperiosas, claras y firmes, órdenes con mando” y del sufijo fe: “experto”, “el que sabe”. Por tanto, ¿quién es capaz de curar y de medicinar? No otro que el ampife, es decir, “el que sabe darle órdenes claras y firmes al Ser para que se ordene el alma.
Cómo chilenos, ¿qué aspecto del pensamiento mapuche le parece esencial comprender y no olvidar?
-Entre tantos aspectos me quedo con el concepto «daimon» en la cultura mapuche. El concepto griego de «daimon» (gemelo invisible del alma) en la cultura mapuche, corresponde al Ngen, que significa “dueño”. En el Chile ancestral se parte de la base que la humanidad como un todo tiene un Ngen, un “dueño de todas las gentes” (ngnechen) que, como colectivo, le pertenece (no es el Ser Supremo). Pero hay también Ngen específicos al punto que todo tiene un “dueño”, todo en la naturaleza lo comanda un Ngen. En general las personas nacen para servir a un “otro más poderoso” y traen (o tienen) sus ngen particulares, sus “dueños personales”. Vale decir, de acuerdo al desarrollo de su pellü, “espíritu”, ciertos individuos se diferencian de los que solo tiene un “alma-humana”, pues habría una jerarquía interna entre los seres humanos y una enorme diversidad oculta. Un Ngen poderoso y especial sería el de las machis por ejemplo, cuyo espíritu pasa a llamarse filew. Este espíritu la asesora, ya sea en el sueño o en determinados trances o visiones. Desconocer o negar el propio ngen de cada persona ocasiona, a la larga o la corta, desgracia. No disponer cercanamente del auténtico ngen que uno trae desde antes de nacer, no escuchar su sutil llamado que invita (a veces obliga, como a las machis) a un vivir contactado con él, es exponerse dramáticamente al extravío y la enfermedad.
Escribir para sanar
¿Qué importancia tiene el libro “Yerpun, el libro sagrado de la tierra del sur” en su carrera?
-Es mi libro cumbre. Me costó varios años de incubación, embarazo y parto editorial. (Se reeditará próximamente bajo el nombre “Yerpún, el tao mapuche”). En él se incluye una interpretación de los principales epigramas o versos sagrados propios de la tradición oral del pueblo mapuche y está hecho desde el correlato de mis privilegiados informantes o kimches que tuve la suerte de conocer a inicios de la década del ´80 en la Araucanía.
Entiendo que actualmente está dedicado a los talleres y cursos a partir de escribir para sanar, con la disciplina de la Ontoescritura creada por usted, ¿cómo la describe, una disciplina para el autoconocimiento o para la sanación?
-Para ambas, pues la ontoescritura es una suerte de autochamanismo a través de lenguaje escrito. Dado que sólo podrá sanarse quien de verdad se conoce y es capaz de desarrollar un tipo de valentía para verse a sí mismo. En verdad no es más que una resurrección moderna de las técnicas del ampife y de la machi, traducidas a la concepción occidental usando otras técnicas; porque es un terapia ontológica que cura por medio de reinstalar un centro perdido de la conciencia y una interpretación como restauración de un sentido de identidad “más antigua que la enfermedad”.
¿Y en qué se inspira este método?
-Fundamentalmente en el esquema básico y en el lenguaje arcaico que sigue el machitún de la antigua etnia mapuche, vale decir, el ritual exorcista y terapéutico que manejan las mujeres machis. Centra toda su eficacia curativa en el poder del lenguaje. En cuanto ciencia educativa y terapéutica, parte asumiendo el principio de que todas las experiencias humanas, por más “dramáticas”, “felices”, “paranoicas”, “duras” ”crueles” sean, son fundamentalmente neutras. Pues todos los calificativos no son más que un determinado “juicio hecho por alguien”. Lo clave está en cómo las fijamos, cómo las decidimos “escribir”. En ese predicamento, la ontoescritura nos enseña a ver nuestra vida como “un libro en proceso en redacción” y los propios sucesos como el tipo de “escritura” que está cada día decidiendo el avance del argumento y la naturaleza de los “capítulos”.
¿A qué se refiere cuando se describe como un método “para llegar a lo genuino del SER vía análisis -recapitulación y resignificación- de la historia personal”?
-La manera como escribimos nuestra historia o nuestra biografía es lo que la determina y la crea. Nosotros, en verdad, a cada instante somos hijos de nuestros sueños, de nuestros deseos o de nuestros temores. Y mucho más que de nuestros padres, somos hijos de nuestro lenguaje. Por eso que la biografía pasa a determinar nuestra biología… Y algo que me hizo no dormir en tres días fue constatar el otro postulado central de la ontoescritura: que la experiencia biográfica, es decir nuestra percepción histórica de lo vivido, ¡cambia en el acto de ser narrada! Por tanto, el pasado es modificable, dado que nunca termina de ocurrir en nosotros.
Entiendo que ha estado aplicando este método en otros países de América, particularmente en México, ¿estuvo un tiempo radicado ahí?
-Sí, estuve diez años y allí prácticamente creé la disciplina y la apliqué en muchas comunidades de ciudades distintas, particularmente Guadalajara, el DF., Querétaro, Ciudad Juárez, etc.
¿Y quiénes asisten a estos talleres?
-Todo tipo de personas, particularmente aquellas que no han podido entender los extraños giros que tomó el guión de sus vidas. Nosotros les enseñamos a ver por qué ellos o ellas han querido escribir de esa determinada forma sus experiencias. Les ayudamos a resignificar, a reinterpretar lo vivido con un “cuento” o relato más poderoso, mostrándole el amplio abanico de “lo real’, que por cierto, es algo mucho más rico, complejo y alucinante que lo que han visto nuestro limitados ojos.
¿Birgit Tuerksch es con quien entiendo imparte estos cursos?
-Así es, somos colegas. Ella es experta en el procesamiento y manejo escrito de las emociones. En Alemania ella creó un método llamado Emotionales Kurbuch, una “Bitácora emocional”. Y con tantas afinidades y coincidencias, no podríamos ser sino parejas. Juntos hemos escrito un libro llamado: “Cómo encontrar y conservar la pareja que nos corresponde”, una metodología para reinventar el amor de pareja y hacer que éste nos reinvente como personas en una relación. También de este tema hemos dado muchos talleres en México, Alemania y Chile, por supuesto.
¿El trabajo etnográfico está en suspensión o es una etapa que concluyó?
-Está plenamente activo, pero ahora referido a la etnografía del imaginario, a la etnografía invisible de las representaciones, de los conceptos-madres que subyacen mas allá de lo afirmado, creído, declarado; una suerte de “etnografía del espíritu” que interpreta y hace hablar o comunicarse lo no dicho que está tras las palabras, las imágenes, las voces.