El siguiente texto corresponde a los comentarios del escritor Marcelo Simonetti en el lanzamiento de la saga «Chapeka» de Sandra Burmeister.
La virtud de leer historias para niños o niñas cuando uno ya ha pasado la barrera de los cincuenta años es la posibilidad de un viaje en el tiempo. O tal vez debiera decir, los buenos libros, la buena literatura, tiene esa facultad que es difícil de encontrar en otras manifestaciones del quehacer humano, hacernos viajar en el tiempo y en el espacio. Volver a ser niños o niñas. Volver a ver la vida con esos ojos. Los ojos del asombro, de la ingenuidad, los ojos de juego. O en este caso, los ojos de Chapeka.
Y es alucinante darte cuenta que mientras lees esta saga, tu memoria, tus ideas, tus miedos, tus obsesiones se suspenden, y pasas a habitar dentro de la cabeza de esta niña y a hacerte las preguntas que ella se hace y querer a quienes ella quiere: a la Llolli, a la abuelita Lila, a Alba, a Rafael, a Agustín, a su gato Tato 3.
En otra presentación hablé del lector travesti. Qué lo que es el lector travesti, es aquel que puede convertirse en el protagonista del libro sin importar que su género no coincida. Durante mucho tiempo, las mujeres hicieron este doble ejercicio: de leer las historias que los hombres contaban e identificarse con esos protagonistas masculinos. La lectores se travestían en esos personajes. Pero con los hombres no pasaba lo mismo. Hubo mucho tiempo en que los hombres no leían a escritoras y cuando comenzaron a hacerlo no se identificaban con la heroína de esa historia. No lograban hacer ese acto de travestismo que las lectoras siempre han hecho. Y eso es fundamentalmente porque vivimos en un sistema patriarcal que ha puesto trabas para que hay una igualdad de género.
Pues bien, cuando uno lee la saga de Chapeka, creo que es muy fácil identificarse con ella. Es fácil travestirse y ser una muchachita de cabellos anaranjados que tiene una curiosidad y una sed por aprender única. Y esto es sumamente importante porque para mí la lectura cumple con muchos roles, uno de ellos tiene que ver con la empatía…
Leer es mirar el mundo con los ojos de otros o pensar con la cabeza de otro.
Y en la lectura de estos cuatro libros de Chapeka comprendemos que hay otras realidades, otras miradas, respecto de cuestiones tan diversas como el amor en la tercera edad. La abuelita de Chapeka, la abuelita Rosa llega con su novio norteamericano y hace cosas que uno no espera que hiciera una abuelita, como dormir en carpa y no en una cama. O la misma Llolli, que trabajaba en casa de Chapeka, y que también ha encontrado el amor con su Pepe.
Toda esa conexión tan bonita que se da entre las mujeres, entre todas las mujeres —salvo Rosario, que aparece en la última entrega de la saga, y que parece tener celos de Chapeka—, esa sororidad que respira el texto y que se transmite de manera emotiva en diferentes momentos, cuando Silvina, la mamá de Chapeka, y la propia Chapeka, consuelan a la Tía Lupe, o cuando la señorita Julia, le entrega a Chapeka el libro El secreto de los viajes nocturnos, un libro de 500 páginas que le enseña a Chapeka a volar en sueños.
Por otro lado, es una Chapeka que vive en el mundo que nos toca vivir, una Chapeka que participa de marchas, que sufre los efectos de bombas lacrimógenas, que por momentos ensaya los pasos de la canción que hicieran famosa Las Tesis —«El violador eres tú»—. A través de los ojos de ella también somos testigos de lo que nos toca vivir en el Chile de estos años.
Chapeka tiene cosas de Mafalda, pero también de Papelucho e incluso de la princesa Mérida, la protagonista de la película «Valiente». Es una chica que tiene carácter, que se asoma a la vida sin prejuicios, que no tiene miedo a expresar sus sentimientos, que tiene una mirada de mundo y que resulta inevitablemente encantadora.
La vemos crecer, la vemos enfrentarse a su primera regla, la vemos enamorarse, de manera tal que no queda más opción que empatizar con ella, quererla y desear profundamente seguir caminando a su lado.
Sandra Burmeister no solo ha escrito cuatro libros, ha construido un mundo. Y atendiendo a la perfección de ese mundo solo queda pedirle que persista en el camino y que siga soplando ese aliento de vida para que Chapeka viva muchos años más.