Por Patricia Andrade
Periodista y Escritora
Philippine -Pina- Bausch, es reconocida como una de las coreógrafas más influyentes del siglo XX y una pionera de la danza- teatro moderna. Con su estilo único y vanguardista, la artista propuso piezas de danza que incluyen diálogos, gran variedad de música, trucos de circo, imágenes visuales y escenarios que pueden tener barro, agua o flores.
Curiosamente, con Chile la coreógrafa alemana tuvo un vínculo muy especial, aunque sólo nos visitó en tres oportunidades, hubo otras fuerzas que incluso la llevaron a crear su última obra “Como el musguito en la piedra ay, sí sí sí”, y donde conocería el amor de pareja, Ronald Kay, poeta, profesor de la Universidad de Chile y padre de su único hijo, Salomón Bausch, (actual presidente del directorio de la fundación que lleva su nombre).
Una mirada hacia atrás
Pocas semanas después del acuerdo de cese de hostilidades entre el Tercer Reich alemán y los representantes del gobierno francés del mariscal Petain y cuando recién comenzaba la batalla de Inglaterra, August y Anita Bausch tuvieron a su tercera hija. Era el 27 de julio de 1940, un caluroso día de verano, cuando vino al mundo en Solingen, muy cerca de Düsseldorf, Philippine Bausch, Pina.
Creció en un ambiente sencillo, poco refinado y de mucho trabajo. El matrimonio Bausch pasaba los días atendiendo a los parroquianos que frecuentaban su hotel y taberna y la joven, al igual que sus hermanos, pelaba papas, limpiaba y ordenaba las habitaciones de los huéspedes. La taberna era un micro mundo para ella, cuyos ojos azules miraban inquietos los avatares de los clientes, guardando en el fondo de su memoria lo que en ese entonces no podía asimilar y que años después recrearía en sus obras. Allí aprendería a observar a las personas, a escucharlas hablar del amor, de la felicidad, del desamor, en medio de una atmósfera de guerra que cada tanto se hacía sentir con el bombardeo de los aviones británicos.
“Mis padres no tenían tiempo libre para ocuparse de mí. Por eso, al caer la tarde me refugiaba bajo las mesas del café y me quedaba allí observando a los parroquianos mientras comían, bebían y conversaban. Para un niño, un restaurante puede ser un lugar maravilloso: había tanta gente y pasaban tantas cosas extrañas”, recordaría la bailarina en su adultez y seguramente plasmó en su celebrada obra “Café Müller” muchas de las sensaciones y sentimientos de aquella infancia.
Philippine era extremadamente tímida y prefería pasar largas horas escondida del ruido y del tumulto. Tanto que le costaba comunicarse verbalmente con los demás, falta de habilidad que, sin embargo, operó como su gran estímulo. “El miedo mueve. El miedo hace crear, porque tú quieres inventarte un mundo donde tus ideas y tus sueños funcionen. Empecé a bailar porque tenía miedo a hablar…como nunca encontraba las palabras adecuadas, sentí que el movimiento era mi propio lenguaje. ¡Por fin me podía expresar! El movimiento me abrió las puertas hacia la vida”.
A los cuatro años, presenció su primer ballet, lo que marcó para siempre su vocación. Ya convertida en coreógrafa reconocida mundialmente, en esa mujer enjuta que vemos en mil fotos y videos apenas arreglada con una cola de caballo y un eterno cigarro en la mano, recordaba el impacto que significó en su niñez esa primera experiencia.
Pasó más de una década para que comenzara sus estudios formales de ballet. Demasiado tarde, según los expertos, pero es posible que la ausencia de adiestramiento en su niñez hicieran la diferencia.
“Mi gran suerte llegó cuando la Folkwang Schule se instaló en Essen, a unos 30 kilómetros de mi casa. En 1955 entré a estudiar con Kurt Joos, un nombre esencial en la danza contemporánea. Era una escuela peculiar que combinaba ópera, teatro, música, escultura, pintura, fotografía, pantomima y artes gráficas y ese contacto con todas las artes me abrió los ojos y ha influido poderosamente en mi creación. Hasta hoy, no concibo una danza divorciada del resto de las expresiones artísticas”.
A los 18 años obtuvo una beca para estudiar en la Julliard School y al año siguiente trabajó con Paul Taylor en el Metropolitan Opera Ballet. En Nueva York aprovechó de ver actuaciones y absorber todas las tendencias hasta que una llamada de Kurt Joos la mandó de vuelta a Alemania. Así, en 1962 se unió a la recién creada Ballet Folkwang, que más tarde sería llamado Folkwang Tanzstudio.
Pina Bausch bailó en obras de Jooss y también lo asistió con la coreografía. Como el Folkwang Tanzstudio necesitaba nuevas piezas, empezó a coreografiar y creó obras como “Fragment” o “Im Wind der Zeit” (En el viento del tiempo), por las que fue galardonada con el primer premio en el Taller Coreográfico Internacional de 1969 en Colonia. “Yo quería -y quiero- solamente bailar. Nunca pensé en ser coreógrafa. La danza es mi única meta. Pero, a fines de los años 60, sentí que me sobraba tiempo. Me faltaba algo, no sabía qué. Entonces empecé a escribir con mi cuerpo. Me salían pequeños textos envolventes, profundos, otros divertidos o esperanzados. Escribía con mis brazos, con mi vientre, con mi espalda”, dijo una vez sobre su tránsito de bailarina a coreógrafa.
En 1973 asumió la dirección de El Ballet de Wuppertal.
Su mirada, su propuesta
Dirigir su propia compañía fue una experiencia marcadora. Años después contaría que el primer día a cargo estuvo temblando de miedo y emoción. “Decidí que todos los comienzos partirían de mi ser como bailarina. Y así es hasta hoy: mi método soy yo”. Se dice que Pina revolucionó la danza; que dejó fuera la frialdad y la técnica del ballet clásico, donde impera el valor de la métrica, el ritmo y los pasos previamente establecidos y usó el baile para comunicar miedos, deseos, dolor o pasión.
Bausch combina siempre la danza con otros recursos dramáticos. Como si quisiera convertir sus coreografías en obras de arte totales, porque el canto, la recitación y la pantomima no faltan entre los recursos expresivos. Incluso en algunas de sus obras, se baila entre el agua, el barro o entre claveles de plástico.
Sus obras no siguen una estructura narrativa ni una progresión lineal. Se distancia por completo de las convenciones del ballet clásico, al introducir un método de ensayo en que ella les hace preguntas a sus bailarines, donde les pedía que interpretaran un deseo, un estado de ánimo o miedo y crea luego una coreografía basada en sus respuestas. » O seguía un plan establecido o dejaba que aparecieran miles de cosas inesperadas y las empezaba a conectar. Opté por lo segundo. No se trataba de improvisar, tampoco eran chispazos espontáneos. Era más. Se trataba de conectar miles de detalles observados y dejar que todo eso hiciera su camino propio. Fue como armar un rompecabezas con un hilo conductor”.
Poco antes de morir de cáncer al pulmón, la artista reconoció que había vivido historias de amor increíbles, que habían marcado su vida. “Cuando me preguntan si he sido feliz, digo que lo que he sentido casi siempre son sentimientos encontrados: felicidad mezclada con preocupaciones. Pienso que a veces esa sensación tan fantástica queda guardada bajo el cotidiano. Como escondida. He tenido dos matrimonios con dos hombres extraordinarios”.
Su primer compañero, Rolf Borzik fue crucial en el desarrollo de su compañía y en sus inicios como bailarina y coreógrafa.
“Fue mucho más que un compañero de trabajo. Era pintor y artista gráfico, un escenógrafo talentoso y mi apoyo durante decenios. Él construyó los sets de todos mis ballets desde 1968 y marcó mi manera de ver y hacer las cosas, mi creación toda. Cuando murió, en 1980, yo cumplía cuarenta años, una edad importante, una edad en que uno hace un balance. Fue terriblemente doloroso, sentí como un vendaval interno”.
Luego de que Borzik muriera, Pina inició una gira sudamericana que la trajo a Chile, donde conoció a Ronald Kay, un poeta y profesor de Estética y Literatura de la Universidad de Chile. Los dos venían saliendo de experiencias profundas y dolorosas. “Conocer a Ronald me dio alas, nos entendimos desde un principio y nos enamoramos casi a primera vista. Yo digo que fue una experiencia privilegiada”.
En 1981 nació su único hijo, Salomon Bausch, quien se ha dedicado a cuidar y difundir el legado de su madre. Ese lazo afectivo con nuestro país determinó su regresó el 2007 como una de las figuras centrales del Festival Teatro a Mil, para presentar junto a su compañía la obra «Masurca Fogo». Tuvo un éxito rotundo de público.
Su última visita fue en enero de 2009, pocos meses antes de su muerte (30 de junio). Estuvo con sus veintiún bailarines para crear una obra con motivo de nuestro bicentenario. Recorrió el país, de norte a sur. “He venido a este país tres veces y siempre he partido de regreso con la sensación de algo bueno, de mucha belleza. Me gusta Chile. Me gustan sus gentes, su clima, su aire. Quisiera tener más tiempo, pero no tengo. Ahora vine especialmente a recorrerlo con todos mis bailarines porque quería conocerlo por dentro y creo que lo que vimos nos quedará para siempre en el corazón “, dijo a modo de despedida.
En Santiago, las jornadas de improvisaciones y ensayos se concentraron en el Centro de Danza Espiral y dieron origen a la obra que recoge música de Violeta Parra, Rodrigo Covacevich, Víctor Jara, Magdalena Matthey, Mecánica Popular, Chico Trujillo y se estrenó en el Opernhaus de la ciudad alemana de Wuppertal el 12 de junio de ese año.
Obras:
• Fragment, 1961
• Tannhäuser. Venusberg Ballett, 1972
• Ifigenia en Táuride, 1975
• Orfeo y Eurídice, 1975
• La consagración de la primavera, 1975
• Los siete pecados capitales, 1976
• Barbe blue, 1977
• Café Müller, 1978.
• 1980, 1980
• Viktor, 1986
• Nelken (Claveles), 1982
• El lamento de la emperatriz, 1990, película
• Palermo Palermo, 1989
• Danzón, 1995
• O Dido, 1999
• Wissenland, 2000
• Aqua, 2001
• Für die Kinder von Gestern, Heute und Morgen, 2002
• Ten Chi, 2004
• Rouh Out, 2005
• Vollmond (Full Moon), 2006
• Bamboo Blues, 2007
• Sweet Mambo, 2008
• Kontakthof – Mit Teenagern 2008
• Como el musguito en la piedra, ay sí, sí, sí, 2009