Por Sandra Burmeister
Escritora, investigadora, docente, cantautora y canal de lenguaje de luz
IG @SburmeisterG
En 2019, tuve la posibilidad de participar como ponente en el VIII Congreso Internacional del Foro Global de Coeducación y Cultura de Paz en Perú. Posterior a eso, formé parte de las autoras(es) en el libro “Cultura de Paz, violencia y Educación», que publicó la Vicerrectoría de Investigación de la Universidad San Cristóbal de Huamanga, Ayacucho. Recuerdo que para el ceremonial de la inauguración se izó la Bandera de la Paz. Yo había escrito un microrrelato, que se me pidió leyera para esa oportunidad y dice así: «Había una vez un gran círculo. Era más grande que el planeta Tierra. Tenía tres círculos más pequeños dentro de sí. No eran sus hijos. Cada círculo tenía una misión. Tres círculos, tres misiones y tres palabras: Arte, Ciencia y Espiritualidad. Los círculos debían articular todas las misiones y a esto se le llamó colaboración. De pronto, se sintió el soplido del Hijo del Hombre y entonces los círculos comenzaron a girar y a girar en sentido de la vida. ¡Mandalas al viento!, gritó. Mientras más rápido giraban, su color se tornaba de un carmesí nunca antes visto. ¡Sangre Real!, exclamó. El movimiento constante creó tres letras que unidas formarían una palabra: PAZ. Fue así que la Tierra alzó su Bandera.»
En mi diminuto estudio, que es donde escribo y preparo clases, cuelgo banderines de #NiUnaMenos, #YaNoEstánSolos, el perrito patrono de las marchas, la bandera mapuche y también está la bandera de la paz. De esta última, su lema es «Donde hay paz, hay cultura. Donde hay cultura, hay paz». Dicho emblema atrajo mi atención desde que lo vi por primera vez colgado en una ventana. Pensé que era de una secta. Estaba equivocada. El significado de cada círculo interior corresponde a Espiritualidad, Arte y Ciencia. Todos se relacionan a la Cultura que avanza junto al Estado, legítima existencia cual arte poético, mediante un conglomerado de ideas jurídicas. Es un emblema de seguridad e instrumento de protección para los establecimientos relacionados a la cultura.
El creador de la Bandera de la Paz fue Nikolái Konstantínovich Roerich: artista ruso, filósofo, escritor y arqueólogo. Se sabe que pintó más de 7.000 lienzos acerca del Tíbet, el Himalaya, Shambala, Krishna, Buda, entre otros. Expresaba mediante la forma y el color paisajes que aludían a la espiritualidad y a la paz. También escribió más de 30 obras literarias sobre arqueología, arte, cuentos, cultura y civilización, occidente y oriente entre otros temas que lo motivaban. Casado con Helena Ivanovna Roerich, quien fue la coautora del Pacto Roerich. Además, autora de obras sobre los fundamentos del budismo, signos del Agni Yoga, la nueva era, sus cartas y más. Por otra parte, traductora de dos volúmenes de la Doctrina Secreta de Helena Petrovna Blavatsky y seleccionó algunas cartas de Mahatma Gandhi traduciéndolas del inglés al ruso. Ambos, Nikolái y Helena, caminaron por un sendero acorde al emblema.
En fecha 15 de abril de 1935 fue firmado el Pacto Roerich por representantes de 21 países en Washington. Consistió en el reconocimiento sobre la seguridad de cualquier objeto cultural en el territorio de un Estado para evitar que conflictos armados, tales como bombardeos u otro tipo de destrucción masiva, pudiera afectarlo. Algunos ejemplos son: monumentos históricos, museos, instituciones científicas, artísticas, educativas y culturales. La seguridad se considera en tiempos de paz como de guerra y los establecimientos protegidos se identifican por la Bandera de la Paz y su emblema de la Pax Cultura.
Izar la bandera de un pueblo en un territorio es permanencia e identidad. La cultura es parte de esa identidad. En relación a esto, leí la entrevista que hizo Francisco Figueroa a Elicura Chihuailaf (Premio Nacional de Literatura 2020), en enero pasado para la Revista Palabra Pública, en la que el poeta hace referencia al desamparo cultural y democrático de la sociedad chilena. Con ello, la necesidad de considerar los Derechos Económicos, Sociales, Culturales y Ambientales (DESCA), en el proceso constituyente y redacción de la nueva Carta Magna.
El autor señala que vivir en la cultura propia es un derecho humano irrenunciable vinculado al modo de vivir, de pensar y soñar de cada pueblo, por tanto, debiera estar presente en toda Constitución. Por otra parte, habla sobre contemplar el espíritu, cuerpo y medio ambiente en aras hacia un buen vivir.
En mundos paralelos a dos siglos distintos, Roerich y Chihauilaf podrían dialogar puntos de vista similares a través de la palabra poética y creación artística. Nikolái Roerich creía en el cuidado y protección de las generaciones futuras, desde la existencia del Estado de derecho y del Estado constitucional, con una visión en el mundo de los pueblos antiguos. Asimismo, fue un visionario en cuanto a la instalación de paz en una sociedad mediante la valoración de la cultura.
La historia dibuja más bien a un Chile vinculado a los derechos de primera generación o individuales (civiles y políticos), que a los de segunda generación o sociales (económicos, sociales y culturales) y mucho menos a los de tercera generación, que son los derechos de formación en referencia a los pueblos y a la paz. Con esto nos debiéramos preguntar, ¿cuánto invierte el Estado en cultura, arte, educación y ciencia? ¿Cuánto invierte el sector privado?
La transformación del sistema económico individualista, arrogante y segregador, es algo que tarde o temprano tendrá que ocurrir para dar paso a otro que impulse buenas prácticas culturales con políticas públicas efectivas. No es el crecimiento de un país lo que genera paz. Ha sido todo lo contrario, éste se relaciona a la injusticia social debido a la redistribución desigual del ingreso, creando marginación y privación de bienes materiales.
La paz se siembra desde una administración sustentable que potencia el desarrollo integral de las personas (lo corpóreo, mental y afectivo). Esto surge de un gobierno coherente a la comprensión del alma humana que expresa su identidad trascendental a través de la cultura y el conocimiento. En ello se cosecha la paz. Sí, las necesidades básicas deben estar resueltas, al tiempo que la voluntad humana pueda desenvolverse con pasión y creatividad en la materia.
En resumen, si la paz depende de la cultura y viceversa, entonces el Estado, junto al gobierno de turno, tiene la obligación de garantizarlas porque forman parte de la seguridad social, así como el agua, la alimentación, la salud o la vivienda. Esperemos que la próxima Constitución chilena sea un impulso que promueva la paz y autentifique la soberanía de un pueblo.