Por Valeria Solís T.
Directora Mirada Maga
Era 1996, Pedro Lemebel haría una conferencia de prensa para dar a conocer su segundo libro «Loco afán, crónicas de sidario», pero sólo llegué yo. Me sonrió amable, y me senté a escucharlo como si hubiera una multitud de ansiosos colegas esperando sus palabras. Pensé: frente a mí estaba una de las yeguas que protestó desnudo en los ’80, que hizo provocativos videoarte y fotografías, que incomodó a otros escritores, artistas y políticos, y… que le gustaba usar accesorios de mujer. No leyó extractos de su libro, sino un poema, un poema que me fue calando el corazón a medida que lo develaba, y me conmovió.
23 de enero de 2015. A las 3:00 AM recibo un comunicado de prensa donde se informa que el escritor, el premio Iberoamericano José Donoso, el autor traducido al inglés, francés, italiano, el artista al que Roberto Bolaño había calificado como «el mejor poeta de mi generación», había muerto tras la indomable lucha contra un cáncer a la laringe. Tenía sólo 62 años, pero pensé, había logrado hacer lo suyo y mostrárselo al mundo: la gente lo quería y por sobre todo lo respetaba.
Pedro Segundo Mardones Lemebel (21 de noviembre de 1952 – 23 de enero de 2015) se arropó del apellido de su madre y desplegó su carrera artística por más de cuarenta años, desde el arte plástico, el videoarte, la performance y las instalaciones, hasta lograr traspasar las fronteras con su literatura.
Nació en un barrio marginal de Santiago de Chile, a orillas del Zanjón de la Aguada; estudió en el Liceo Industrial de Hombres de uno de los barrios más estigmatizados por la droga, La Legua. Ahí aprendió a forjar metal y hacer muebles, pero claramente era un oficio que detestaba y además un espacio donde su tendencia homosexual era blanco de burlas. Entonces terminó su escolaridad en el Liceo Manuel Barros Borgoño. Era la década de los ’70. Lemebel decidió ingresar a la Universidad de Chile, donde se tituló de profesor de Artes Plásticas, y si bien trabajó como profesor en dos liceos de la periferia, no duró mucho tiempo, fue despedido (1983), tras lo cual no volvió a la docencia y se metió a participar en talleres literarios donde conoció a las escritoras Pía Barros, Diamela Eltit y Nelly Richards, entre otras mujeres. Ellas lo acercaron a los espacios culturales alternativos y, por consiguiente, contrarios a la dictadura militar. Sin embargo, su eventual militancia en el partido comunista también se vio obstaculizada por el prejuicio de su homosexualidad. Es precisamente en el partido donde conocería a una de sus grandes amigas, la líder Gladys Marín.
Fue en 1986 cuando se presenta públicamente vistiendo tacones y estando maquillado con la hoz y el martillo en su rostro, era un encuentro político donde leería uno de sus más destacados textos, el manifiesto «Hablo por mi diferencia». Ese mismo año publicaría siete relatos en la antología «Incontables», editada por el taller de Pía Barros.
Desde 1995 no dejó de publicar, dándose a conocer con sus crónicas que tocaban temas de la marginalidad, la homosexualidad, el sida, los prejuicios, la pobreza, el travestismo. Pero no fue sino hasta conocer al escritor chileno Roberto Bolaño, quien décadas antes había emigrado a Europa y contaba con el reconocimiento del público y de la industria editorial, que se consolida: Bolaño lo contacta para que en España publiquen Loco afán (1999), en nada menos que la destacada editorial Anagrama.
Desde entonces, su obra escrita comenzó a despertar el interés de varias universidades e instituciones educativas internacionales. Ese mismo año participó además en la Feria de Guadalajara de México, en reemplazo de Bolaño, recibiendo por su obra elogios del afamado escritor Carlos Monsiváis. En 2001, demostró que podía ir más allá y publicó su primera novela, la cual despertó el interés del público nacional e internacional. Se trata de «Tengo miedo torero», donde Lemebel se presenta en el lanzamiento con un vestido rojo y un tocado de plumas. La obra estuvo más de un año entre los libros más vendidos en Chile y prontamente fue traducida al inglés, francés e italiano. En 2003 continúa con su trabajo como cronista y publica su antología de crónicas «Zanjón de la Aguada», que habla del mundo gay en barrios de distintas clases sociales de Santiago. Luego le seguirían tres libros de crónicas «Adiós, mariquita linda», «Serenata cafiola» y «Háblame de amores» (este último, dedicado a su padre)
En noviembre de 2013, ediciones UDP publica una antología con 70 crónicas de los distintos libros publicados por Lemebel: bajo la edición del crítico Ignacio Echevarría, aparece «Poco hombre».
«Pero lo más original de su trabajo está en la vehemencia de su ejercicio de la diferencia. Esto es, en su formidable capacidad y talento para generar la hibridez. Quizá el travestismo que baraja identidades operativas, el carnaval que canjea escenarios equivalentes, los géneros que se ceden la palabra gozosa, la performance que es una ocupación de espacios monológicos y la sexualidad espectacular que no se ahorra ninguno de sus nombres, se configuran en esa hibridez, que es el eje de la escritura misma. Un escritura de registro tan metafórico como literal, tan hiperbólico como social, y cuya fusión (o fruición) es de una aguda poética emotiva. (Fuente: letras.s5.com)
La Mirada de otros
El escritor e intelectual mexicano Carlos Monsiváis diría sobre la escritura del artista: «el punto de partida de Lemebel es el lenguaje autodenigratorio que le va representando al lector un espejo de restauraciones (un marica resulta con frecuencia un ser épico, un enfermo de sida puede ser la metáfora hermosa de la devastación y la dignidad); Lemebel cuenta historias funerarias. Así, en uno de sus homenajes a los derruidos por la pandemia, «El último beso de Loba Lamar (Crespones de seda en mi despedida… por favor)», Lemebel regala la apariencia ruinosa y la presenta transfigurada:
(extracto) «Para nosotros, las locas que compartíamos la pieza, la Loba tenía pacto con Satanás. ¿Cómo va a durar tanto? ¡Cómo se ve bonita a pesar que se deshoja de costras! ¿Cómo, cómo, cómo? Sin AZT, a puro pulso la linda, a puro ánimo la cola resiste tanto. Era el sol, el buen tiempo, el calor…»
Ir a fondo en la denigración de sí, verse en los términos que los demás utilizan. A partir de ese desafío, que La esquina de mi corazón inicia de modo deslumbrante, Lemebel acomoda sus jerarquías (los ejercicios de crítica y sinceridad a los que ajustar su visión del mundo), donde la franqueza sólo tiene sentido si el autor no contemporiza consigo mismo, y la hipocresía es siempre un daño moral y escritural. En la América Latina globalizada hasta donde es posible, los marginados, aisladamente o en conjunto, trazan otro mapa de lo real, ni opuesto ni complementario, que surge del nuevo gran proyecto: la unidad de lo diverso.
El 4 de septiembre de 2013, Pedro Lemebel fue galardonado con el Premio Iberoamericano José Donoso. Antes había recibido la beca Guggenheim y el Premio Anna Seghers de Alemania. En 5 oportunidades fue nominado a los premios Altazor (entregado por los artistas, sus pares escritores) y nunca lo obtuvo.
«Cómo es la vida, yo arrancando del sida y me agarra el cáncer»… (Pedro Lemebel)
Un grito de descontento, como una yegua, una yegua del Apocalipsis
El origen del nombre «Las Yeguas del Apocalipsis» tampoco es muy claro. Todo indica que surgió inspirado por el SIDA, entonces considerada como la plaga de fin de siglo. En respuesta a esta profecía, ellos decidieron personificar la versión femenina de los bíblicos jinetes del Apocalipsis y se autodenominaron «Las Yeguas del Apocalipsis». Su debut fue la tarde del sábado 22 de octubre de 1988, durante la entrega del premio de poesía Pablo Neruda al poeta Raúl Zurita en La Chascona, la casa de Neruda en el barrio Bellavista, donde irrumpieron para darle una corona de espinas al poeta; el fue amable, pero no se la colocó. Algunos le preguntaron directamente a Pedro (Mardones) Lemebel y Francisco Casas quiénes eran, y respondieron al unísono: «las yeguas del apocalipsis».
Nadie profundizó en el por qué, y vinieron las especulaciones: ¿el sida, la plaga del siglo? ¿la homosexualidad como consigna? ¿una irrupción en contra de la cultura institucional? No hay respuestas claras, sólo hechos. En diez años lograron irrumpir en espacios públicos con más de veinte performances, instalaciones poéticas e irrupciones artísticas.
En la memoria de testigos o de los pocos registros fotográficos queda la irrupción en Concepción donde se enterraron con cal, o un pie de cueca sobre vidrios, o el paseo a caballo, desnudos, en la Facultad de Arte de la Universidad de Chile. Sólo a comienzo de los ’90, de una forma más convencional, hicieron la primera y única muestra de su trabajo. Fue en la galería Bucci de calle Huérfanos, caracterizada por dar espacio al arte contestatario de los años de la dictadura y un poco más. Ahí mostrarían el trabajo fotográfico de «Las dos Fridas», pero no fue como cualquier exposición de arte, pues estuvieron por 3 horas sentados, simulando uno de los cuadros más emblemáticos de la obra de la pintora mexicana que precisamente llevaba el nombre de la muestra.
Con el retorno a la democracia, esta dupla de artistas homosexuales se fueron alejando de a poco; su última intervención habría sido en la Bienal de La Habana (1997), donde ambos ya habían iniciado un camino artístico propio. En 1995, Lemebel había publicado su primer libro de crónicas: «La esquina es mi corazón».
«Quizás esa primera experimentación con la plástica, la acción de arte… fue decisiva en la mudanza del cuento a la crónica. Es posible que esa exposición corporal en un marco político fuera evaporando la receta genérica del cuento… el intemporal cuento se hizo urgencia crónica…,» explicaría el mismo Lemebel a un periodista.