Por Valeria Solís T.
Directora Mirada Maga Ediciones

Es un hombre menudo, cuya sensibilidad frente al mundo y a las relaciones humanas le brota por los poros. Es melancólico y lleno de imágenes creativas que vienen del pasado y de su presente: imágenes que se podrían pintar o escribir en un libro de poemas. Cuando está en confianza le gusta hablar de sus ideas, de sus recuerdos, entonces aparecen en un mural invisible las anécdotas, los chistes, las curiosidades. Ríe y se emociona con la misma facilidad, como si todo su ser estuviera conectado con su corazón. Un aspecto que sus seguidores podrían identificar en cada una de las letras de sus canciones, las cuales no sólo lo han marcado personalmente, sino que hoy ya forman parte del patrimonio musical de Chile. No es de extrañar entonces que aquella canción que compusiera en la década del ´70  para expresar el dolor que le provocaba que la Escuela de Sociología donde estudiaba se cerrara por temas políticos, o que los jóvenes vieran truncados sus sueños y potencialidades, que hablaba de a esa historia no oficial que queda guardada en las bastillas, perdiéndose quizá con el tiempo, se transformara en un ícono rescatado como la canción principal de la emblemática serie «Los 80».

Y no es aventurero pensar que la emoción que Fernando Ubiergo siente al poder interpretar esta canción en la última temporada de la serie, junto a su joven amigo Manuel García, le pare los pelos cada vez que la escucha. Han pasado 36 años desde que ese joven veinteañero vestido de blanco cantara y ganara el Festival de Viña con «El tiempo en las Bastillas»; de eso, de su carrera y mucho más pudimos conversar con este emblemático artista.

¿Qué significó para ti que se eligiera una canción tuya para la serie Los 80, con la posibilidad de que se versionara con estilos tan diversos?

– Es un privilegio.  Hace años el productor Alberto Gesswein me invitó a ver un capítulo de esta serie y fue muy emocionante. En ese momento no me habló de una saga, porque también creo que en la cabeza de todo creador la idea es que un proyecto tan lindo continúe, porque son palabras impronunciables porque uno sabe que depende de la respuesta del público. La idea me sedujo de inmediato y le dije que dispusiera de la canción como él quisiera, y de una manera muy respuesta me dijo que le gustaría que la cantaran grupos jóvenes. ¡Y yo feliz! Lo que sí –le dije- es que respetaran la letra y la música. Y a los 15 ó 20 días me llaman para decirme que  «Los Difuntos Correa» harían la versión, y yo inicialmente los ayudé en la primera grabación, sin tener idea de lo que vendría. Fue un aporte anónimo en esa versión. Y a partir del segundo año, y el tercero, cuarto, quinto, me empecé a enterar por la televisión, como cualquiera.

No sabías que vendría Francisca Valenzuela, Los Miserables, ni Camila Moreno…

– No, y me sentí como cabro chico con zapatos nuevos. Finalmente lo que pasó fue que empecé a ser un espectador más y las distintas versiones me provocaban distintas cosas. Pasé de la emoción que me provocaron unas, al entusiasmo que me provocaron otras. Pero el denominador común fue y es la gratitud. Uno se siente agradecido que un colega, y además que fuera joven, porque la mayoría de quienes la cantaron eran más jóvenes que la propia canción, interpretaran algo mío. Hay muchas cosas que tiene esa canción que nunca las dije, por pudor.

¿Cómo qué cosas?

– No se me pasó por la cabeza que esa canción iba a ser conocida cuando la compuse. Piensa que estaba estudiando sociología y habían cerrado la Escuela, y esa canción con harta metáfora decía, en el fondo, que la historia que nos cuentan no es necesariamente la historia. No era una canción dirigida a nadie en particular tampoco, porque la creé desde la melancolía y la tristeza que me embargaba por habernos cerrado la Escuela. En esos tiempos entré a estudiar periodismo, pensando que esa carrera no la iban a cerrar, ése fue mi argumento, y así me fue en periodismo también… (ríe)

¿La compusiste cuando estabas estudiando periodismo entonces?

– ¡Claro!, aunque ya me habían echado de periodismo, porque yo en vez de decir las noticias, decía “es que en una tarde…” (risas) bueno, entonces en esa encrucijada, hago la reflexión sobre los que no pudieron contar su historia.

Hay una frase en El tiempo en las Bastillas, que dice “y esas cosas que no son de Dios”, que la interpreto como esas cosas que no fueron contadas y quedaron ahí escondidas…

– Eso es, la metáfora en el fondo es la arena que queda en la bastilla del pantalón, como si el tiempo tuviera una especie de subterráneo, y yo le puse bastillas, que puede parecer ridículo.

Pero a la gente le hizo sentido.

– Claro, aunque a los grandes en ese tiempo pensaban que me refería a la Bastilla de Francia (risas) Cuando gano con esa canción en el Festival de Viña, yo sentía que más de un 70% de las personas no sabían lo que yo estaba cantando, y no porque fuera muy elevada, no, si es simple, pero era una metáfora; estaba dicho todo en las dos primeras líneas: “Dicen que el tiempo guarda en las bastillas, las cosas que el hombre olvidó, lo que nadie escribió, aquello que la historia nunca presintió”. Lo demás son ideas para reforzar el tema central. Las hormigas es la representación de todos nosotros, y en la última estrofa dice “y nace esta canción desde el cemento, una flor que en el desierto morirá, y el canto de un zorzal…” Yo cuando hice esa canción la cantaba en los patios de la Escuela, así como cantaba “El velero en la botella”. Y después, cuando gané en el Festival, nadie se puede imaginar la emoción profunda que yo sentía y los esfuerzos que hacía para no llorar.

¿Y qué era lo te que pasaba?

– En esos días, el objeto de valor que yo tenía dentro de todas mis pertenencias era mi guitarra, era lo más caro que tenía en la vida, físicamente, eso es una especie de flash para entender cómo era la vida en esos días, era duro. Piensa que había cambiado nuestra historia años antes, a nivel personal había una separación familiar con una pequeña catástrofe económica también. Yo nunca hablé mucho de eso, pero en el fondo, yo era un chiquillo como miles, con un sueño, con expectativas, con frustraciones, pero por sobre todo, con melancolía. Y en ese sentido, respondiendo a tu pregunta anterior, por un tema personal, una de las versiones de «El tiempo en las Bastillas» que me provocó una emoción profunda, porque me conectó con la esencia de mis emociones cuando la compuse, fue la del Macha, porque la llevó a tiempo de boleros. ¡Y es perfecto!, porque esa canción tiene mucho más lágrimas. Si uno fuera al año 1978 y viera esas imágenes… No es que estuviera amargado, pero es una melancolía de la vida. Mi relación con eso, es que ésa era una canción pendiente, porque cuando yo tenía 11 ó 12 años y me paraba en el patio de mi casa, yo sentía asombro, y entonces empecé a crear canciones desde el asombro. Para mí no es el objeto el que te inspira, sino todo, todo, entonces la canción fue un mecanismo para reinterpretar la realidad.

¿En qué sentido?

– Cuando niño, yo sé que era pesado para que lo estuviera pensando un niño, pero me daba profunda melancolía la finitud del tiempo, pensaba que mis padres se iban a morir, y me preguntaba, ¿qué hacemos con el amor?, ¿qué hago con el amor? Una pregunta que me ha rondado toda la vida, no es posible que podamos amar tanto y después no quede nada, no es posible. Pertenecemos a algo más complejo y pasé por todo en buscar, desde los mormones hasta los rosacruces.

El punto de inflexión es que desde chico viviste el asombro. Como si te hubieran puesto aquí y tú hayas dicho, ah esto es la vida, esto funciona así…

– Era muchas cosas que de niño no debía estar pensando, y era así. Y “las bastillas…” fue una reflexión de eso.

¿Y esa reflexión fue de la mano de la creatividad, escribiendo, cantando o agarrando una guitarra?

– Mi viejo me regala una guitarra a los 14 años, me gustaban mucho Los Beatles, y me ponen un profesor de guitarra y no aprendí mucho. Pero a los 16 años con compañeros del Liceo empezamos a tocar canciones, canciones, y de repente apareció Serrat en la vida; me hizo click cuando vi a mis tíos abuelos llorar con algunas canciones de él. Y en ese momento creo que entendí dos cosas: que la canción podía ser un instrumento o una herramienta tremenda, tremenda. Yo lo veía así, que hermoso tomar una guitarra, cantar algo y que las personas tengan emoción. Qué cosa más hermosa ¡en la vida! Por lo tanto, cuando años más adelante viene la decisión de tocar canciones, siempre eran canciones donde el autor estaba  en tercera persona. En ese sentido, la gran diferencia con la balada es dónde se para el autor. En la balada el autor es el objeto, a él le pasan las cosas. Y uno puede escuchar 30 canciones y es el mismo tema de distintas formas, en cambio el cantautor es un contador de historias, y el amor es un elemento fundamental, pero no es sólo el amor de pareja. No creo haber escrito una canción de amor tan importante como Platón, o Los Viejos, a los hijos o al lugar donde nací. Y entendí que para allá iba mi búsqueda, y en ese sentido fui un aprendiz.

– Ahora lo cuento y probablemente en esos días si me lo hubieran preguntado no sabría cómo explicarlo. Si me hubieran dicho “Fernando, tírate una de amor”, o sea, me lo dijeron, pero se provocó casi una resistencia, mis talentos no iban por ese lado y además que había un carácter medio pudoroso mío, de cómo ventilarte a ti y también a alguien. Sé que hay gente que hace canciones maravillosas en ese sentido, pero una cosa es hacer una canción de amor desde lo particular a hacerlo desde lo universal; no me parecía que mi oficio se fundara en eso. Fui tras la búsqueda de la narración de cosas.

¿Y cuándo empiezas a asumir que tus canciones ya no la iban a escuchar sólo tus amigos?

– Yo había participado en varios festivales, pero no de artistas consagrados. Había ganado festivales de concursos, como en el Primer Festival Metropolitano de la Canción que se hizo en el Teatro Ópera (que hoy no existe), después había ganado un festival en Quilpué, en El Quisco, después otro festival metropolitano que se hizo en el Teatro Esmeralda. O sea, había participado en siete festivales y había ganado en seis. Lo que hacíamos en esa época era que agarrábamos una cinta y nos íbamos a grabar, en una hora, todas las canciones que podíamos, las metíamos en un sobre y después las mandábamos a los festivales, porque no había ninguna otra posibilidad. Para que nos escucharan masivamente había que grabar un disco, yo ya había estado en dos compañías de discos cuando gané unos festivales y me sentaba frente a alguien le cantaba tres o cuatro canciones y me decían «te llamamos». Entonces, cuando yo compito con “Un café para Platón” (Festival de la Primavera, año 1977) yo más bien tenía una decepción respecto de esto.

¿Por qué?

– Por ejemplo, yo gano el Festival de El Quisco y llego a la casa en micro con mi trofeo y el premio, que eran dos pasajes para Isla de Pascua. No fui a la isla, pero se convirtió en plata. Cuando vuelvo del Quisco mi mamá me pregunta ¿y cómo te fue?, porque tampoco había teléfono, «¡mamá, gané!», y ella me pregunta “¿y cuánto?” (y recuerda) Pero hice “Anariki”, porque me leí todo sobre Isla de Pascua (risas). Te lo juro, y esto es increíble, cuando fui por primera vez a Isla de Pascua, y tengo cantidad de testigos, todo el mundo me decía “Fernando, que bueno que volviste” (risas)

Pero captaste todo igual…

– (Risas) Y bueno, con esto te digo que cuando llegué a este festival (de la primavera) no tenía ninguna expectativa post festival, porque habiendo ganado ya seis festivales en menos de dos años no había pasado nada, nada. Me veía el jurado y tal, pero nada, de hecho una vez con un amigo fuimos a conversar con un posible manager y al verme me dijo “sabes a ti te faltan como 20 centímetros” para empezar la conversación, yo que estaba en un sillón, me sentía más enterrado. Entonces no tenía ni una expectativa. En esa época uno no tenía otra alternativa tampoco, no había internet, no había video. Lo máximo era grabar un cassette.

Y cuando participas en el Festival de la Primavera cantas “Un café para Platón”, que es parte emblemática de tu carrera.

– Una canción que era de las más emotivas que probablemente haya compuesto. Y es lo que yo me preguntaba, por qué esa canción provocó un clic en las personas… Hay un relato de un cabro que está hablando de alguien y en el estribillo pasa a la primera persona y es más desgarrador; yo tenía una profunda emoción con esa canción, tremenda. Y bueno, la canté como siempre, con muchos nervios, porque siempre tenía muchos nervios para cantar.

– Por otro lado, en ese entonces mi mamá me había dicho que era muy importante la presencia en el escenario, y poco a poco fui encontrando mi estilo, hasta que un día le dije a mi mamá, que era modista, si me podía hacer una camisa de tela blanca, porque el único jeans que tenía y que me quedaba bien era blanco. En esa época todos los artistas que aparecían en la tele lo hacían con corbata, terno, y yo decía «pucha, un artista es un artista». Entonces encontré ese tipo de camisa que no tenía cuello (estilo mao) y que era maravillosa y le digo que las mangas sean anchas, porque eso me ayudaba con la guitarra. Me sentía libre. Y así participé en ese festival, y gané vestido de blanco.

Y fue con ese estilo de ropa que la gente te identificó por mucho tiempo.

– ¡Claro!, por un año y medio actué así, hasta que me empecé a sentir incómodo, porque se produjo un manoseo innecesario de parte de los otros. Así es que después pasé a vestirme con cualquier ropa. Ahora digo, el que ganó Viña (con «El tiempo en las Bastillas») era un tipo de pelo negro y ropa blanca, y ahora es un tipo de traje negro y pelo blanco (ríe)

¿Volvamos con lo que pasó en ese Festival de la Primavera?

– Yo salí, gané y me fui a mi casa como si nada. Pero en la noche me llamaron de una compañía de discos porque me querían a las 11 de la mañana para una reunión. Sin embargo, yo me fui con la misma expectativa; lo que no sabía era el impacto que podía tener la transmisión en televisión. De hecho al otro día yo iba en el metro, que llegaba hasta La Moneda, y cuando me iba a bajar, escucho “era bien sencillo el cabro”.

Sobre “Un café para Platón” siempre he tenido la interrogante si la escribiste en general, ¿o ese amigo existió, es real?

– Sí (silencio) No iba a escribir una canción de un amigo que no fuera real, al único amigo no físico que le escribí una canción fue a Antonio, que era un amigo imaginario de la infancia. Platón era de carne y hueso. Me pasó en Chillán después de haber ganado Viña, veo a un señor de unos 45 años, que me llamó la atención, porque a diferencia del resto que me esperaba en el camarín no se acercaba ni tampoco tenía un lápiz ni papel ni nada. Y yo me acerco y él me dice emocionado,» gracias, porque mi hijo ya está en Suecia». Me abrazó y yo entendí que cada uno tenía su Platón. Entonces yo me fui resistiendo a poner el nombre y apellido que correspondía y a contar la historia.

Pero hoy día…

– Era un joven como yo, bueno como el pan, y terminó en Bulgaria. No podía hablar demasiado respecto de esto.

Era representar lo que le estaba pasando a muchos…

– Era mi cuñado.

– Cuando viví cinco años en Madrid, no te imaginas la cantidad de Platones que encontré. Yo era alguien frente a esa canción, frente a mi propia historia, y entendía que mi canción no valía más que para quien la tomaba, que es lo que nos pasa con muchas canciones, que la canción le pertenece a otros.

Cuando decides irte a España ¿Es por lo que estabas viviendo acá?

– No, había pasado algo complicado con el disco que estaba grabando en ese minuto. Yo antes había grabado en un disco «El cautivo de Til Til» y no pasó nada, pero después del Festival de Viña, me había sobreestimado y me tocaba grabar en marzo del año siguiente un nuevo disco, y sentí una especie de obligación moral de que además de mis canciones hubieran otras canciones; yo quería grabar «Te recuerdo Amanda», de Víctor Jara, yo sabía que podía grabarla (estaba en el sello IRT) Pero fueron 15 días terribles…, porque en ese disco grabé «Te recuerdo Amanda» y también una canción de Paco Ibáñez, una de Silvio Rodríguez. Y bueno, me llamaron de la compañía para decirme que tenía que sacar 6 canciones de ese disco. Era un disco hermoso.

¿Pero el disco no alcanzó a salir?

– Me llamó un gerente de la compañía y me dice: tenemos que sacar estas canciones, porque lo habían llamado del gobierno. Y yo le dije que no lo iba a sacar. Y él me dijo «no te compliques, decimos que se quemó el máster». Y eso lo odié, entonces le pedí que dijera lo que realmente estaba pasando. Al final hablé yo con dos periodistas y explotó la cuestión. Y en (el diario) La Segunda aparece que Fernando Ubiergo fue censurado por contener en el disco cantautores marxistas…. Y al otro día veo en las noticias que le preguntaban al Ministro del Interior. Fue muy duro, vinieron días muy complejos para mí. Después, el sello mandó una carta abierta sobre el tema, y que ellos estaban a favor de la cultura. Finalmente entrevistan a este personaje del gobierno (que había frenado el disco) y dijo que no había censurado nada, sino que habían temas sensibles y que lo envió a la Dinaco (la entonces Dirección Nacional de Comunicaciones) y que recomendó que no se podían grabar a autores marxistas. Y otro diario publicó algo como que esto era un tongo que yo había hecho… Y me quedé solo. Presenté mi renuncia y nunca más pisé esa compañía. Y se acabó todo.

Y ahí te vas a España, entonces.

– Después fui contratado por un sello español, donde había trabajado Raúl Matas (destacado locutor de radio y televisión) para ellos. Los ejecutivos  vieron en alguna parte mis canciones y me mandaron a buscar, y después me mandaron a grabar a Italia. Ahí viene otro proceso en mi carrera.

En términos personales me pasó algo especial también, porque ya no quería saber del disco anterior, me sentía traicionado y no quería volver a mirar para atrás. Me equivoqué en pensar que el disco pudo ser recibido. Piensa que hasta ese momento no se había dicho públicamente que Víctor Jara había sido asesinado siquiera, entonces sacar un disco con una canción de él, me estaba metiendo en un terreno demasiado áspero. Fue un momento muy difícil, pero no quiero acordarme de las cosas amargas que viví. Allá finalmente grabé tres discos. Con el primero, vendí como 120 mil discos.

Volviendo a la actualidad ¿Qué pasa contigo cuando con 30 años de carrera hay nuevas generaciones de músicos que versionan una de tus canciones y eso tú lo puedes ver, ser testigo de lo que puede pasar con ellas?

– Amo la equivocación de la última estrofa de “las bastillas”, y en ese sentido me emociona mucho la versión que hago ahora con Manuel (García) y yo canto esa estrofa.

Recuerdo un concierto que diste en el Teatro Oriente, donde invitas a Manuel García al escenario en una época en que él no era tan masivamente conocido.

– Con él somos bien amigos desde hace años, y sí, yo lo invité a uno de mis conciertos y también estuvo Chinoy, Pancho Villa. Después él me invitó al Caupolicán y nos habíamos topado en varias presentaciones. El tiene una sencillez que me conmueve y que es menos común de lo que parece, este mundo (de la industria de la música) tiene esta cuestión, las personas pierden la perspectiva y eso habla mucho de los quilates que hay detrás de una guitarra.

(Me muestra la versión que saldrá en la serie «Los 80». Yo la escucho mirando el suelo y me emociono, levanto la vista y él está igual. Nos reímos)

– Con Manuel conversamos cómo lo haríamos y le dije, «yo creo que hay algo que no ocurrirá nunca, esa versión como fue cantada en el Festival de Viña no volverá nunca, ya fue, y yo ahora la canto de otra manera; en esa época el pulso de la canción era más lento», y él compartía totalmente que lo que sí teníamos que rescatar era la melancolía de la canción, y nos distribuimos la canción de un modo que nos sintiéramos muy cómodos y con una gran generosidad de él, porque me dice, “Fernando cántala tú primero, yo quiero tomar tu fraseo”. Eso es una muestra de generosidad conmovedora. Entonces decidimos regresar al sonido guitarrero.

Y es lo que te preguntaba también, qué pasa contigo con la trascendencia de tus canciones…

– Es bien emocionante, porque tengo un tema con el tiempo y esto es como un pantallazo, un regalito.

Actualmente has hecho conciertos en espacios tan distintos como Teatros, Casinos y plazas públicas de cualquier rincón de Chile…

– Yo toco mucho en vivo durante el año, unos 50 conciertos, ahora mismo voy a tocar en Parral, en Lebu, y van muchos papás con sus hijos. El formato que hago es piano, celo, guitarra y bandoneón, porque yo amo el tango, mi viejo era tanguero. Recuerdo en junio de 1978 en un concierto que iba a hacer con Nino García, él era un genio en el piano, donde canté un tango ¡y lo hice mierda! , por mi voz, que en esa época, no era la misma, hoy sí puedo cantar un tango y sale bien. Porque creo que tiene que ver con la vida, y el bandoneón ( en los conciertos) forma parte de eso. Si te fijas el Café para Platón tiene cadencia de un tango (la canta al ritmo de un tango).

¿Estás componiendo nuevas canciones?

– Tengo un disco pendiente de inéditos, que lo pude haber editado hace dos años, pero he estado con otras cosas. En ese sentido, una de las cosas que más me ha gustado en los últimos años es que no tengo presión de ningún tipo, porque tampoco tengo pretensión de ningún tipo, ninguna. No creo, hoy en día, que un disco mío salga y deba conmover o reventar en ventas; simplemente es algo conmigo mismo, es poder sentir que estoy vivo. Hoy no publicaría algo que no me deje contento. Hay canciones que las he esperado por años que son de temáticas referidas al mundo que vivimos hoy, y creo que por eso se ha demorado mi disco, por una o dos canciones, donde no he sido capaz de volcar musicalmente lo que hoy pienso del mundo.

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