Por Valeria Solís T.
Terapeuta energética Adaba. Escritora. Periodista UDP
Directora Mirada Maga Ediciones. IG @MiradaMaga

Inquieta, buscadora de paisajes externos y mundos internos, la pintora Patricia Navarro (1969) si bien demoró un par de décadas en desplegar con covicción su camino a través de la pintura, estuvo siempre en su retina y sentidos el color, la trementina y los dibujos. Alumna del escritor y pintor Adolfo Couve en la Universidad de Chile, entre otros importantes maestros del arte en Chile, emprendió, al tiempo, rumbo sola, pues ya tenía las bases para poder sacar su mundo interno. De ahí nacería, bajo la técnica del hiperrrealismo, un paisaje que a ratos le parece familiar, pero que racionalmente es inventado. Hablamos de los misterios del arte, de la juventud en medio de la dictadura cívico-militar y de los sueños de los artistas.

¿Cómo parte tu camino hacia la pintura?
-Si soy bien honesta, parte como a los 10 años, recuerdo que mi papá me regaló una caja de óleos, que no tenía idea qué eran, pero cuando sentí el olor, me pasó algo extraño como si reconociera un olor.

Es curioso que siendo tan chica te regalaran óleo, así de la nada…
-Sí, fue óleo; mi papá siempre fue el gestor de que esto se haya materializado y recuerdo que cuando me los entregó me dijo: «tú sabes cómo usarlo y prueba en estas tablitas», y me pasó unos cholguán y me puse a pintar. Lo primero que pinto es un lugar, unas calles, casas, era un lugar que yo sentía que conocía y que era cero infantil. Era como colonial, estaba guardado en mi cabeza de alguna parte… y cuando pinté sentí que lo había hecho toda la vida, y supe que sería una de las herramientas de mi vida. Pero curiosamente en el colegio intenté irme al lado matemático…, mi mamá me mostró sus amplios misterios.

Eran también los años 80, donde no era factible como adolescente proyectarse en el arte, uno era científico o humanista y listo…
-¡Claro!, pero si bien en esos años no tenía la sabiduría para manejar lo que significaría pintar para mí, yo lo sentía como algo que me definía, me caracterizaba (como persona). Con el tiempo descubrí también que través de la pintura podía expresar el dolor y tengo cuadros de chica que son más bien abstractos donde represento esos dolores y conflictos de adolescente. También recuerdo que en el colegio, a pesar de estar en un medio restrictivo, nos acercaron al arte clásico, y a quienes les gustaba el mundo artístico lo podíamos hacer. Pero bueno, igual yo decía que no estudiaría arte y en mi casa no había ninguna posibilidad de que yo estudiara arte, porque «no podía morirme de hambre»; además vivíamos en dictadura y no sabíamos cuando iba a terminar, pensábamos que sería eterno. Entonces en mi familia, no sabían qué hacer con esta niñita que era parte de una familia árabe tradicional, donde todos los primos era ingenieros o  ligados al comercio, no sabían qué hacer conmigo, recuerdo que mi mamá le pedía consejos a mis tías.

¿Y cómo se resolvió?
-Yo quería estudiar en algún momento arquitectura en Valparaíso, pero ¡nica me iban a dejar! (risas) además yo era muy inmadura, en el colegio vivíamos en una burbuja y me sentía muy ignorante de lo que pasaba en el país, entonces opté por estudiar diseño gráfico en lo que era de la escuela de la Universidad de Chile, Pinochet sacó todas las carreras técnicas de la Universidad y se creó el IPS, y la lucha del IPS era volver a la Universidad de Chile, entre otras cosas…, me tocó una escuela maravillosa…, porque me topé con una generación de diseñadores que se dedicaban al arte, porque en esa época no estaba muy claro el trabajo del diseñador, porque ¡no existía internet! (risas), nosotros rotulábamos las letras ¡a mano!.

¿Se vinculaba con la publicidad, los afiches y esas cosas, no?

-¡Claro y hacerle la tarjeta de visita a las amigas!…, todo se enfocaba en un afiche y en ayudar a los publicistas, porque todo se hacía a mano. Fue una carrera de mucha manualidad y mucha expresión en cinco años, y tuve la suerte de excelentes profesores como Francisco Otta, profesor de historia del arte, él me enseñó por ejemplo algo que nunca olvidé, que lo hacíamos en ese momento ya era parte de la historia del arte, y que la historia del arte estaba viva. A quienes tuvimos la inclinación de ser artistas nos dieron ese espacio, y por eso nunca tuve la sensación de que mutilaran esa parte creativa mía.

De que te volvieras una técnica del arte…
-¡Claro! Se potenció lo creativo y eso hizo aumentar mi tendencia hacia el arte. En tercer año empecé a trabajar como diseñadora y toda la plata la usaba para viajar por Chile con mis tablas, lápices, acuarelas, para dibujar y pintar, y en eso fui conociendo gente, y todo en un plano de buscar el arte, de buscar dónde estaba ese llamado del arte que yo intuía, porque además sentía que tenía poco tiempo para tomar una decisión definitiva.

¿Por qué?
-Porque ya sabía que no me iba a dedicar a ser diseñadora…además imagínate, plena dictadura, compañeros presos, ver otras realidades, entonces no se trataba solo de ir a estudiar a la universidad, sino de ir a vivir la vida, era todo ¡tan intenso! Era vivir la vida en un contexto de dictadura con todo lo que implicaba, pero también hacer arte, un arte potente. Esa generación de diseñadores marcó muchísimo a todo lo que vino después; en ese minuto no nos dimos cuenta lo que fuimos, éramos súper honestos. Una vez me rapé por protesta, como me rapé ahora también en protesta al estigma de las mujeres con cáncer, en esa época usaba lo estético de mi cuerpo para rebelarme e ir en contra de lo que la sociedad me decía que debía hacer.

¿Y las pinturas de esa época reflejaban esa impotencia, la violencia que se vivía, los dolores?
-Sí, recuerdo que en esa época ninguno de nosotros como jóvenes éramos felices, y no sólo por la edad, sino mucho por el país que estábamos viviendo, el dolor por no poder ser, el tener miedo por vestirse de una manera incluso, piensa que algo que no tiene importancia como el vestirse en esa época ¡sí lo era! Yo incluso me agarré de demostrar el no consumismo, y me empecé a vestir sólo con ropa usada, lo que fue la escoba en mi casa, mi mamá fue muy clásica, muy dama, y lo que yo hacía era una aberración, pero yo le decía, cómo voy a gastar plata en esto, prefiero sumarla a la vaca para algunos compañeros o algo así. Tampoco fui muy política ni nada, sino que defendía a las personas, yo era ignorante, pero tenía una cosa clara: en Chile estaban matando a los jóvenes sin ninguna razón, y yo era parte de esa juventud, ¡así de simple! Entonces mis trabajamos y los de mi generación eran muy intensos, y no nos encerrábamos a hacer un cuadrito en la casa, sino que hacíamos instalaciones en lugares públicos, ¡muchas!, con gente, con sangre, de todo, la idea era decir: ¡estamos vivos y queremos que todos sean parte de esta mirada de artistas!. Aunque ojo tampoco andábamos diciendo, «yo soy artista», uno creaba no más. Y bueno, con toda esta energía y esa pasión que se vivía, me dio la valentía para sacar mi propia pasión.

LA PINTURA COMO NORTE
¿Y cómo te pegas el salto a la pintura?
-Recuerdo que se acaba la dictadura, yo egreso con honores de la Escuela, con el ofrecimiento de una buena pega como directora de arte de una empresa grande, pero cuando tenía que ir a firmar el contrato me ocurrió algo. Yo había dado a escondidas la Prueba de Aptitud (hoy llamada, PSU) y recuerdo estar sentada en una cuneta mirando el diario ¡y veo un puntaje espectacular!, me alcanzaba hasta para ¡estudiar medicina! y pensaba ¡ahora puedo elegir!, como nadie sabía no podía festejar ¡con nadie! (carcajadas). Decidí inscribirme en arte de la Universidad de Chile, eso fue lo más maravilloso de mi vida. Recuerdo mi primer día de clases cuando entro a una sala y dije “este olor lo recuerdo de toda mi vida” ¡llegué a mi casa, llegué a mi hogar!


-El primer año lo di formal, todo bien, y tuve de profesor a Adolfo Couve (escritor y pintor chileno) quien me marcó fuertemente. Él tenía tan claro lo que era el arte, tenía un tipo de personalidad que no permitía que nadie hablara en su sala una estupidez, en ese sentido era un dictador, pero claro nos hacía un favor de ir a contarnos unas cuantas verdades de lo que era el arte y no hay cuestionamiento de eso, y la verdad es que él tenía tan clara la película que había que ir a escucharlo y darle las gracias por enseñarnos. En esos años la facultad era el apocalipsis, era la anarquía, había una libertad tal que podías hacer lo que quisieras hacer y a la hora que quisieras.

¿Y eso en qué se traducía?
-Podías estar todo el día drogado si querías o estar pintando todo el día y quedarte a dormir en el taller. Era el mundo de la libertad, y como yo entré madura, me metí de lleno a trabajar, pero tenía a compañeros que venían saliendo de cuarto medio y quedó la cagada, yo veía como caían de a uno, era la libertad mal manejada, la de manera inmadura que termina en eso. Y bueno, ahí me declaro públicamente artista, a la familia, los amigos, e inevitablemente me fui para adentro. Estuve yendo formalmente un año a la universidad y después fui de oyente dos años más.

Sentiste que no necesitabas que te enseñaran a ser pintora?
-Me retiré porque necesitaba plata para irme a vivir sola, aperrar en la vida, así es que fui de a la Facultad como oyente, nadie te preguntaba nada, era muy abierta la gente. Después pasaron como 10 años en que me desconecté del mundo, y me sumergí en la vida. Creo que es algo por lo que todos los artistas pasan en algún momento, en lo bueno y en lo malo, sobre todo lo importante de poder sacarte de la piel tu apellido, y ser tú no más. En esa época viví en comunidad también.

¿Y hacías diseño también?
-En el minuto en que decidí estudiar arte corté con el diseño, aunque después fue una herramienta de trabajo fascinante, pero no puedo decir que yo seguí siendo diseñadora, porque sería una falta de respeto a mis colegas, quienes sí siguieron siéndolo. Otra cosa importante es que desde chica mi papá me metió mucha literatura, como no existía internet, leí Sidharta, Bablatsky, la vida de Van Gogh, mi papá fue súper intuitivo y me metió un calibre de literatura, que se lo agradezco enormemente, conocí la filosofía y la metafísica desde muy chica, entonces de manera natural, de joven me metí en escuelas esotéricas, aunque nunca me quedé en una, aunque me tuvo medio retenida una, no me di cuenta cuando veo que era una secta, hoy lo puedo contar, pero hubo una época que me tuvo muy afectada. Sin embargo, raya para la suma, todo sirve, la única constante fue la pintura.

¿En esos años pintaste?
-Lo poco que pinté lo destruí, empecé con la figura humana, muchas figuras, no tenía mucho apego a los cuadros que pintaba; después tuve una etapa de trabajar en grupo, y en un momento trabajé para una galería y empecé a ganar plata, harta plata, año 98 más o menos; en esa época estaba de moda Claudio Bravo, el hiperrealismo, y yo necesitaba plata para salir adelante. Yo sabía que estaba en una etapa de transición, y justo aparece un caballero que nos contrata como grupo, porque teníamos buen oficio.

¿Pintura por encargo?
-Claro, se vendía como pan caliente el hiperrealismo; hacíamos bodegones y fue: ¡vamos haciendo bodegones! Muchos dijeron que me prostituí, pero la verdad es que nunca le he tenido asco a pintar y era eso, pintar. 6 años después decidí que mi etapa era en solitario, sentí que ya era hora de empezar mi propia historia como pintora. Pensé:»aprendí, sufrí, viví lo que tenía que vivir, sé lo que es la vida, la muerte y ahora a trabajar», fue una sensación ¡súper fuerte!. Entonces empecé a pintar mis cuadros, y lo primero que apareció en mi pintura fue el realismo fantástico y nunca más me despegué de ahí.

Pero cuando este estilo aparece, ¿es lo que tú asumes que sería tu propuesta como pintora?
-Recuerdo haber estado en mi taller sola, tenía en mi mente una exposición colectiva, porque los bodegones siguieron un tiempo más porque me daban las lucas, pero me doy cuenta que de haber sido bodegones a pedido fueron apareciendo elementos míos, como llaves antiguas, que eran las que yo coleccionaba, o después frutas chilenas, y empezaron a dejar de ser bodegones mediterráneos, eran chilenos. Y me tocó una vez exponer en el Hyatt con unos gringos que no sabían lo que era un membrillo, ¡un caqui!, asi es que por ese lado me sentía orgullosa porque también estaba pintando mi país, después empecé a incorporar cacharros mapuches, diaguitas, y convertí algo comercial en algo con sentido y con mucho contenido de lo que era mi país.

¿Ese trabajo de los bodegones es lo que te lleva al hiperrealismo entonces?
-Lo que tengo claro es que para ser hiperrealista, hay que tener buen oficio, y es lo que enseñaba Couve, y nunca me olvidé sus palabras cuando dijo: “si usted quiere desarmar algo, primero aprenda a armarlo”, y es lo que yo enseño hoy como profesora (www.otradimension.cl). Para mí el arte tiene que ser como fue la facultad, una caja de pandora, un apocalipsis y una distorsión total, porque de todo eso nace algo, el arte no puede ser algo estructurado, y eso lo tengo más claro ahora. En esa época, el hiperrealismo como era parte de mi formación me resultaba fácil, lo único que tenía que tener era oficio, y mi creatividad se reflejaba en mis composiciones. Y esa llavecita que ponía en los bodegones, siento hoy, que era la llave que iba abrir en algún minuto algo distinto en mi vida, y se abrió.

¿A qué te refieres?
-Un día pinté dos bodegones con unas ventanas, ahí había todo un paisaje nuevo. Ahí dejé de pintar bodegones y cerré un ciclo.

Una de las características del hiperrealismo es pintar a partir de una imagen fotográfica o teniendo el objeto al frente, pero lo que tú haces es crear mundos…, está la técnica, pero no está esa realidad frente a ti.
-Empecé con mezclas, entre imágenes que yo veía y cosas que me nacían. Yo misma me empecé a preguntar dónde encaja lo que yo hacía, no podía hablar de surrealismo en esa época, porque aparecieron guerreros, unicornios, caballos…al final empecé a hacer series temáticas, que me daban el paso para lo que venía después.

Una conmoción desde el inconsciente de ir dando pistas ¿no?
-Sí, tal cual. Hay una etapa como de tres años, de realismo fantástico donde los temas explotaron (2006), pero hace pocos años me metí en «una caverna», y empezó a gestarse otro tema, pero sabía que no iban a pasar 10 años como antes, ahora fue más corto; empecé a estudiar harto, a leer, leer y me metí mucho en la vida de mis animales también.

¿En qué serie trabajas hoy?
-Es una serie de crítica, no social ni política, sino humanitaria, la caga` que estamos dejando en el planeta; estamos destruyendo lo más lindo que tenemos, la pachamama, y la vida del planeta: la naturaleza; de eso se trata, quizá es una Paty más enojada que no había salido nunca, es una Paty que siempre ha querido decir, que somos pequeños, que somos muy pequeños dentro de todo el cosmos. Lo que quiero explicarle al mundo, es que somos lindos, pero también somos pequeños, y podemos ver ni sentir cosas maravillosas que están pasando alrededor nuestro. Eso es lo que he logrado descifrar.

¿Cómo ha sido la reacción de la gente con tu pintura?
-Siempre ha sido buena, de hecho no me quedan muchos cuadros, todos se han vendido.

Entiendo que has optado por un estilo de vida de más bajo perfil…
-Hay un pintor noruego muy de moda, Odd Nerdrum, que tiene toda la herencia de Rembrand y a veces da becas, y pone el ojo en un latinoamericano y se lo lleva a Europa, y hay un pintor chileno que su sus asistente y aprendiz, Guillermo Lorca, y él me ofreció irme a París para ser su aprendiz, eso pasó el 2011, yo ahí quedé helada. Porque habían dos opciones: tomar el ego y mi importancia y mi deseo de ser famosa, ir a parís y volver con la posibilidad de miles de exposiciones, vender bien los cuadros o me dedico a trabajar por la vida calladita, por vivir no más sin que nadie se entere,  y elegí esto, y me quedé en mi casa, con mis animales, pintando, con mi pareja Germán Correa -Moraes (pintor y tatuador uruguayo) y me cerré a todo, a mi ego y a todo eso; el ego de un artista es muy fuerte, y parte de la propia lucha es por querer hacer un arte verdadero. Yo hoy vivo de mis clases y a veces vendo mis cuadros, pero mi arte ya no es una herramienta para ganar plata. Expongo cuando quiero, cuando puedo y donde me sienta cómoda. Mi última exposición formal fue en Uruguay y ahora tengo un convenio en el Centro Integramédica donde va gente que está enferma y donde me da mucha alegría poder sentir la retribución por lo que hacemos. Y además salí de «mi cucha» para enseñar a las nuevas generaciones, ¡ahí estoy súper esperanzada!, en la generación de los que hoy tienen 17, 18 años. Ellos van a llenar el vacío en el arte chileno.

Imagen de portada y cuadros: Serie «Dimensiones» óleo sobre tela 2014. Fotografías: Valeria Solís T.

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