Por Valeria Solís T.
Directora Mirada Maga
El 23 de enero de 1989 a las 10.15 am murió el artista Salvador Dalí mientras dormía; llevaba ya un tiempo internado en el hospital de Figueres. Sus últimos años habían sido complejos y amenazaban su estado salud. Ya lo habían operado del corazón y puesto un marcapasos dos años antes y, en 1984, también sufriría quemaduras por un incendio en el castillo de Púbol donde vivía. 85 años viviría este artista complejo, pero inolvidable para su entorno, para su país y para la pintura moderna, donde dejaría plasmadas las huellas de sus búsquedas internas, de sus sueños, de su inconsciente, de su narcisismo.
Salvador Felipe Jacinto Dalí Doménech nació en Figueres (Girona) un 11 de mayo de 1904. Curioso, inquieto y rupturista desde niño, no tuvo relaciones fáciles con las instituciones; crítico y a ratos menospreciador, fue expulsado en dos oportunidades de la Escuela de Bellas Artes de Madrid, siendo la definitiva por considerar a sus profesores incompetentes. Tenía 22 años. Antes, eso sí, había forjado amistad con Federico García Lorca y Luis Buñuel.
En su carrera no sólo desplegó su arte y su personalidad a través de la pintura, sino también mediante el cine, la escultura, la fotografía, la escritura, todo lo cual se tradujo en un estilo con marca registrada, es decir, personal y reconocible.
En 1928, en su segundo viaje a París, conoce a André Bretón, el padre de surrealismo: un movimiento fundamental en la plástica, el cine y la literatura, donde la mirada de Dalí parecía confluir armónicamente. Sin embargo, años después también sería expulsado del movimiento (1934).
Al año siguiente conoce a la esposa del poeta Paul Éluard, quien sería su gran musa y compañera: la rusa Helena Diakonoff, Gala. Aunque mayor que el pintor, madre de una niña y con un matrimonio abierto o directamente inestable, no dudó en hacer eco al mutuo encanto que se desplegó entre ambos. Ese mismo año realizaría su primera exposición en Francia con toda la fuerza de su propuesta y sello personal; sin embargo, sería esta misma exposición la que lo alejaría de su familia (su padre y su hermana Ana María; la madre había muerto en 1921), al publicar junto a uno de sus cuadros una cita poco feliz: “a veces por placer escupo sobre el retrato de mi madre”.
Pero su pintura se abría espacio en los círculos artísticos, y es invitado a cruzar el Atlántico para exponer en Nueva York. Ahí daría a conocer una de sus obras más emblemáticas, “La persistencia de la memoria”, donde los relojes parecieran deshacerse en medio de un particular desierto. Luego vendrían sus muestras surrealistas en Barcelona y Londres. Siempre de la mano de Gala, por eso no es de extrañar que se casaran en medio de estos febriles espacios creativos.
Cuando estalla la guerra civil española, Dalí decide mudarse a París; desde ahí despliega su arte y sus rutinas hasta el año 1940, con una Guerra Mundial en pleno desarrollo, por lo que junto a su mujer se van por más de ocho años a Estados Unidos. Así se organiza en el MOMA una exposición con 43 pinturas y 17 dibujos que se concreta en 1942. Ese año conocería a un magnate industrial que le compraría parte importante de la producción artística que desarrollara.
Pese a los vientos de guerra, en Estados Unidos Dalí entabla relaciones creativas y de amistad con actores, actrices y directores de Hollywood, lo que explica haberse encargado de parte de la escenografía de una cinta de Alfred Hitchcock o el trabajo en una película con Walt Disney, pero que nunca terminó. Sólo años después realizaría una obra que, más que ser considerada como parte importante del arte cinematográfica es apreciada como una joyita creativa del pintor catalán: el film “Historia prodigiosa de la encajera y rinocerontes” con el fotógrafo Robert Descharnes.
Si bien por una parte llamaba la atención debido a su propuesta artística, como su manifiesto místico de 1951, sus obras de gran formato o sus mismos intentos cinematográficos, también resultaba controvertido y llamativo, que aceptara la invitación del general Franco a su residencia el año 1956; quizá eso explique que antes de levantarse un museo con algunas de sus grandes obras fuera primero en Cleveland, Estados Unidos, (1971) y sólo años después en su España natal.
Su estadía en Estados Unidos concluye cuando es nombrado académico en una universidad de París, por lo que decide retornar a tierras galas; al año siguiente, realizarían una gran retrospectiva en el Museo Pompidou.
Sólo en 1981 regresa definitivamente a España. Tiempo después recibiría el título de Marqués, pero también sufriría un cambio doloroso y traumático, la muerte de Gala (1982).
Con los pies más cansados y con una mirada menos intrépida, decide vivir en el castillo de Púbol donde estarían los restos de su mujer, pero sería en ese mismo lugar donde arriesgaría su propia vida tras sufrir un incendio.
Pese a su deterioro físico, este artista tenía más cosas que concluir y, meses antes de cerrar sus ojos para irse en sueños, le pidió al alcalde de Figueres que «sus restos» quedaran en su Museo.
Tras su muerte, el mundo artístico lo lloró, pero a otros se les secó la garganta. En su testamento se consignaría que «el heredero universal y libre de todos sus bienes, derechos y creaciones artísticas sería el Estado español, con el fervoroso encargo de conservar, divulgar y proteger sus obras de arte»; una decisión que no fue indiferente para Cataluña.