Julio Henríquez Munita
Escritor
Autor del libro «Antes del Leteo»

Ese día Patricio durmió una larga siesta. Quería estar muy descansado para resistir hasta la madrugada. En los días previos había dejado todo en regla en lo que a términos administrativos y personales se refería: cierre de contratos (alquiler, banco, internet, telefonía móvil, gimnasio, consumos básicos y un largo etcétera), legalización de última versión de la herencia, última visita como voluntario para la enseñanza de español a inmigrantes, última ida al cine para ver la película que fuera (resultó ser el estreno de una nueva entrega de la saga de Rambo… sí aunque parezca increíble, John todavía disparaba), últimas tapas y cervezas en el bar de la esquina, último polvo con la amiga que era más que amiga, último envío de un cuento a un concurso literario (que en caso de ganar tendría carácter de póstumo)… en fin, una larga lista de últimos y últimas que no vale la pena detallar, porque lo que importa decir es que Patricio se preparó durante todo un mes para ir ese día al Puente, a eso de las tres de la madrugada, para poner fin a su miserable vida (lo de miserable viene de él, yo solo reproduzco su pensamiento). El problema fue que al llegar hasta el punto elegido (un pequeño mirador iluminado discretamente por un farol estilo vintage), otra persona estaba allí.
—Disculpe, ¿piensa permanecer mucho tiempo en el lugar? —La pregunta de Patricio la dirige a una mujer de cabello largo liso, rasgos faciales muy finos aunque de rostro muy pálido. Si no hubiera sido por el rojo intenso de su lápiz labial, él hubiera pensado que estaba en presencia de un espectro, pero descartado eso, la pregunta lleva una ira contenida.
—No intente detenerme, me voy a lanzar al agua igual, aunque me hable de lo importante que es la vida, de los miles de inmigrantes que están intentando llegar a la costa para alejarse de la muerte, de lo bien que se vive aquí y con tan poco, o si está en plan de galán, lo bonita que soy, que la ciudad no se merece perder a una de sus bellezas. —La mujer habla con seguridad, no refleja nerviosismo, más bien hay frialdad o resolución.
Patricio la contempla esta vez con mayor detenimiento y no puede más que estar de acuerdo con ella. Efectivamente es muy hermosa. Tiene un cuerpo que adivina generosamente proporcionado detrás de ese abrigo ceñido, sin exageraciones artificiales, pero muy alejado de mezquindades. «Todo en su lugar, como habría dicho mi difunta madre».
—No quiero detenerla, no he venido a eso.
—¿A qué vino entonces?
Patricio duda un instante en contarle cuál es su propósito, pero piensa que si ya está acá, si ha hecho todas las tareas para llegar a este punto, no tiene nada de malo confesarlo, más que mal, están en este lugar por la misma razón.
—Creo que tenemos una magnifica coincidencia. Vine hasta acá a hacer lo mismo que usted.
—No mienta. El juego del tipo empático no le sienta bien. Se ve que usted miente, me atrevería a decir que usted es un mentiroso compulsivo.
—No es cierto —responde él con enojo.
—Lo ve, acaba de mentir otra vez, no pasaron ni cinco segundos. Usted es un embustero profesional.
Él cree descubrir la insinuación de una sonrisa en el rostro de ella, aunque no está seguro.
—Oiga, no estoy mintiendo, vine precisamente hasta este puente hoy martes, en el mes más helado, a esta hora de la madrugada, para lanzarme al agua con total tranquilidad y conciencia. Planifiqué esto con mucha anticipación y usted está interfiriendo en mis planes.
—Ahora se hace el hombre metódico y planificado… Todos los sicólogos interpretan ese papel tan trillado. ¿Quién lo contrató?, ¿mi esposo?
—Mire. ¬—Patricio se abre el abrigo que trae consigo y muestra un cinturón de los que usan los trabajadores de obra, es decir, algo con muchos bolsillos para guardar herramientas, pero él en vez de eso, lo ha llenado con barras de acero cuyos extremos asoman como gusanos mutantes—. Es para no poder salir a flote en caso de que me arrepienta.
Ella lanza una carcajada y lo mira sin tanto recelo, al menos, es lo que percibe él.
—¿Le parece gracioso? —pregunta Patricio con creciente hastío.
—No se enoje, si empiezo a creerle. Mire usted. —Ahora es ella la que abre su abrigo negro para dejar al descubierto ropa interior de color rojo y una faja con varias hendiduras repletas de discos metálicos que sobresalen como donas asustadas.
Las pupilas de Patricio se dilatan, mezcla de sorpresa al observar las pesas, pero también de cierta satisfacción al comprobar que no se equivocaba respecto a la anatomía de ella.
—¡Oiga! Póngase serio. —Ella cierra con brusquedad el abrigo—. Soy una mujer casada.
—Pronta a dejar viudo a su marido.
—Eso no es de su incumbencia, señor.
—Tienes usted razón… pero ya que hemos aclarado nuestras intenciones, ¿podemos parar con lo de señor, con lo de usted?… Tú y yo debemos estar en los mismo y tantos, además venimos con el mismo objetivo esta madrugada… ¿Nos tuteamos?
—Solo por hoy —dice ella riendo.
—Solo por hoy —dice él contagiado como una célula espejo.
Entonces ella se presenta como Julia y él le dice su nombre y ambos se cuentan sus vidas, bueno, lo que Patricio quiere contar de su vida y lo que presumiblemente ella desea contar de la suya, pero ninguno pregunta al otro el motivo de su decisión. Hay un sentido de decoro, no totalmente aristotélico en todo caso.

—¿Crees que el agua estará fría? —pregunta ella en algún momento.
—No lo creo, estoy seguro. —La voz de él cambia de tono. Entiende que la pregunta toma un giro desencadenante—. Julia, se van acabando los minutos de discreción. En menos de una hora empezarán a pasar transeúntes por el puente: trabajadores que terminan sus faenas nocturnas y otros que empiezan—. Si vamos a hacer esto, hay que hacerlo ya.
—¿Los dos juntos? —pregunta ella.
—¿Por qué no?
—¿Al mismo tiempo?
—¿Por qué no?
Ambos traspasan la baranda de metal y se ubican en la escasa superficie de cemento que aún queda antes del vacío. El viento que hay en ese momento permite que la escena se muestre como un acontecimiento épico: los dos parecen guardianes de algo, algo en todo caso que está más allá del firmamento; sus abrigos largos ondean como banderas antes de una batalla (si no quedó claro, de carácter épico); la mirada de ambos se pierde en el horizonte oculto por la noche. Todos los ingredientes necesarios para cocinar un gran final, algo que el espectador podrá recordar… Sin embargo, los únicos testigos de lo que está a punto de ocurrir son un grupo de borrachos que caminan zigzagueantes por la acera del puente, y no parecen reparar en la pareja.
—A la cuenta de tres. ¬—Patricio aprieta la mano de Julia.
—Uno.
—Dos.
—Tres —dicen los dos al unísono y saltan al vacío.

Patricio espera en cualquier momento sentir el sonido del agua. No necesita recordar la fórmula de caída libre con la cual lo torturaron en el colegio, para saber que el chapuzón es inminente. Aun así, no quiere verlo con sus ojos, por eso en los últimos metros decide cerrarlos, sin soltar la mano de Julia.
Cuenta: uno, dos, tres… diez. ¡Imposible! No escucha el sonido de entrada al agua, no siente el cuerpo mojado… Decide abrir los ojos y lo que ve lo hace soltar la mano de Julia.
La fórmula de caída libre no aplica en estos casos.

Ahora Patricio sigue la trayectoria de vuelo de Julia. No es que se hubieran puesto de acuerdo antes. Simplemente, cuando él soltó la mano de ella producto de la sorpresa, Julia tomó la iniciativa o quizás simplemente comenzó a volar por donde le hacía más sentido. Como sea el caso, Patricio se siente bien teniendo ese punto de referencia, sobre todo, cuando es primera vez que vuela (porque las veces que lo hizo en sueños nunca consiguió elevarse). La sensación de moverse en el aire, de mirar el río como si lo hiciera desde la ventanilla de un avión, lo hace olvidar por un instante lo irracional de lo que está experimentando. Cuando cae en cuenta de eso e intenta encontrar una explicación lógica a la experiencia, se distrae con el cuerpo de Julia: ha cambiado un poco… Sigue siendo Julia, pero ahora en lugar de brazos tiene unas extensiones que parecen alas. No son como las alas de los ángeles que ha visto en algunas pinturas o ilustraciones, es otra cosa… Sin embargo, no termina de descifrarlo, porque ahora recuerda que bajo ese abrigo femenino hay un atractivo juego de ropa interior, por lo que concluye que su ángel bien podría ser un ángel de Victoria Secret. Sacude la cabeza para borrar esas ideas estúpidas en un momento tan solemne, pero el movimiento lo desestabiliza y lo hace bajar brevemente. Ahora Julia parece un punto lejano y él, probablemente, un punto olvidado por ella.
Cuando su ángel se pierde de vista comprende que está solo, y quizás por eso, tiene tiempo para reflexionar. No obstante, no llega a ninguna conclusión definitoria. Si está muerto, ha olvidado el momento de la caída: no recuerda su cuerpo mojado ni los instantes de agonía que debió vivir en el fondo del río. Si por el contrario, por alguna razón desconocida, él tiene algún tipo de superpoderes (quizás sus padres no le dijeron la verdad y lo encontraron en alguna diminuta nave en el patio de su casa), ¿por qué solo ahora se manifiestan? Por otra parte, si… Sus cavilaciones son interrumpidas: un grupo de pájaros no parece estar contento con sus reflexiones que interrumpen la formación V de su vuelo, esa V que según estudios científicos permiten a los pájaros volar con máxima eficiencia. En efecto, Patricio, sin quererlo, está volando en medio de esta configuración creando una letra desconocida. En otras palabras, el supuesto superpoder de Patricio ha provocado su primer efecto colateral. Tras los graznidos agudos de estos pájaros, Patricio decide devolverles su V y se eleva. La sensación de cohete o transbordador espacial le hace sentir que está literalmente en las nubes. Quiere tocarlas y salir de las dudas de si son o no pedazos de algodón como le decía su abuela, pero decide no hacerlo por temor a afectar su vuelo vertical. Pronto las nubes quedan atrás y la Tierra se va viendo cada vez más pequeña, por lo que la sensación de relatividad se apodera de él y no puede evitar sentirse pequeño y a la vez imprescindible. Se aplaude internamente su reflexión y ya no se siente tan pequeño.
Cuando pasa por la Luna decide no visitarla. Le asusta los cuentos que ha escuchado de su lado oscuro, así que opta por seguir explorando el sistema solar y quizás más allá de él. La idea es no detenerse en ningún astro en particular, solo pasar por él. Aun así, ignora cuánto tiempo le va a tomar esa empresa, sobre todo, si dicen que el espacio se está expandiendo… «¿Expandiendo hacia dónde?».
La exploración, sin embargo, parece ir bastante rápida porque ya está cruzando a la altura de los anillos de Saturno, anillos, en todo caso, que no pasan desapercibidos para su estómago por el recuerdo de sus fracasos conyugales (y el dinero invertido en los anillos de matrimonio). Afortunadamente su velocidad de vuelo lo hace dejar atrás ese planeta y ahora está en el límite del sistema solar que supuestamente lo vio nacer. Entonces decide detenerse y contemplar en trecientos sesenta grados el milagro de estar ahí en ese momento. La contemplación le dura solo unos momentos, hasta que unas luces más allá de la frontera le llaman la atención.
Entonces Patricio reanuda su vuelo… hasta que siente el agua.

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