Por Valeria Solís T.
Fue al azar, tres autores chilenos, tres apuestas distintas. Una ópera prima conmovedora, una novela ágil, con personajes reconocibles, cautivadores y un libro de dibujos. Que lo disfruten!
Retazos, recuerdos, impresiones, distorsiones del pasado, o directamente invenciones, da igual, lo importante es cómo nos cuenten la historia. Gonzalo Eltesh (34) dedicado por varios años a leer los manuscritos de otros en una editorial del país, nos presenta su ópera prima. En un formato sencillo, nos cuenta una historia, su historia, aunque invente, mate a algunos personajes, no le dé lugar a otros, nos vocifere su nombre completo y el lugar donde nació, la creemos, la recogemos y la guardamos. Es un relato honesto, en una escritura simple, que de paso tiene el mérito de lograr mostrarnos emociones, el desgano o el asombro neutralizado por los años. No hay una estructura lineal, ni cronológica: estamos supeditados a los recuerdos, en ese sentido da igual si empezó a hablarnos desde el comienzo de un hecho importante, en la mitad de una tragedia, o la conclusión de un buen recuerdo, porque el punto de arranque no es el hecho, sino la reflexión, el darse cuenta de quién se es como personaje-escritor. El nombre del libro «colección particular» que hace referencia a una particular sección del negocio de anticuario de su padre, donde se guardan esos objetos que no se venden, sino que se apilan por argumentos antojadizos, es también la referencia que uno puede hacer, sobre los recuerdos de alguien, de uno mismo. Nuestra colección particular de recuerdos, los cuales aparecen sin explicación, ni aviso, ni tiempo. La novela está escrita con ironía, con cuestionamiento; pero también se respira y se camina junto al protagonista. Y esa sencillez se agradece, porque logra a ratos, conmover. «Colección particular». Gonzalo Eltesh. Ediciones Laurel. 131 páginas.
La seducción por los espejos es como el encanto por todos los reflejos y realidades y contrarealidades que pueden aparecer. La última novela de Roberto Brodsky (periodista, escritor, guionista) hace precisamente guiños a los espejos, a ratos de manera frontal, a ratos sutiles, pero narrado de una manera ágil, inteligente, bien estructurada. «Casa chilena» –se pudo llamar «fisgoneando a los otros», no hay gran mérito en el título- es la historia de un chileno radicado en Argentina que está de paso en sus antiguos barrios de Ñuñoa gestionando la venta de su casa familiar. Sin embargo, sus arrendatarios, amigos de larga data, parecen no conocer las buenas normas de urbanidad y generan un incomprensible conflicto para no desocupar la casa, no pagar arriendo ni cuentas, ni menos permitir que las inmobiliarias lleguen a destruirla. Ése sería el argumento general donde nos entretenemos, reímos, inquietamos o reconocemos, pero el sustrato de la historia es otro. Un hombre, dramaturgo de profesión, quien paralelamente a sus obligaciones cotidianas -echar a los arrendatarios y vender la casa al mejor postor inmobiliario-, escribe una novela cuyo tono es muy similar al que uno como lector está viviendo. He aquí el juego del espejo. Sin embargo, el relato que nos envuelve o no, dependiendo del gusto y paciencia del lector, es el mundo existencial del protagonista: un chileno pronto a cumplir 50 años, cuya mujer con la cual vemos que se vincula mejor por skype que en vivo, que tiene un enganche platónico con una vecina acordeonista años más joven que él, vive en un vacio que le pesa en las piernas. No es el personaje que ha pasado por tantos vaivenes y que se ha ido liberando y agarrando cierta sabiduría con los años, sino por el contrario, lo visitan los fantasmas del pasado, las dudas inconclusas de la infancia, la ausencia del padre exiliado, la torpeza en la conquista, en las relaciones de amigos, en sus propios diálogos internos. Al final de la novela, este hombre con vacío del alma, transmuta en furia su carga, una furia que no le importa a nadie más que a él y que sin embargo, permite al personaje abrir la puerta y entrar a un nuevo escenario, y al escritor poner punto final. «Casa chilena» Roberto Brodsky. Editorial Randon House.254 páginas.
Es complejo escribir sobre un libro de dibujos, sin embargo, desde que hace un año nos llegó el libro «Diario de un solo» de Catalina Bu, le tomamos el gusto a desentrañar historias sin palabras, pero con un cierto humor fino, irónico, reflexivo. El ilustrador Alberto Montt, (www.dosisdiarias.com) conocido por sus viñetas de estilo irónico y su marca de agua: dibujos puntiagudos, espinosos, dientudos, descabezados nos presenta «Libreta de Viaje» un libro, de poco más de 130 páginas, donde el artista de entrada nos confiesa su reencuentro con el dibujo en papel, el garabato y el manchón, tras ocho años de haber estado dibujando exclusivamente en digital, con la perfección y la limpieza que eso conlleva. Sin embargo, a diferencia de las viñetas, este libro da un poco más de pudor, porque son dibujos que nacieron mientras el artista esperaba algún avión, en algún aeropuerto de alguna parte del mundo. En este contexto, una se vuelve testigo de esa avalancha natural del inconsciente que manda mensajitos en estados ociosos, como esas florcitas, espirales o cubos que una dibuja en una charla, clase o seminario aburridos. Pero bien, pasando la barrera del pudor-intruso ¿qué encontramos en el libro? hombres animalescos, cabezas de sushi o cabezas de billete antiguo, un cactus con color de humano, rostros asustados, gritando, vociferando, enredando, perturbando, enloquecidos, imperturbables. De tal manera que así como Alberto Montt se reencantó dibujando en el papel, usted como lector se puede reencantar con el dibujo-garabato del otro y dibujar en su rostro, más de una sonrisa. Pruebe. «Libreta de viaje». Alberto Montt. Editorial Catalonia. 130 páginas.