Por Lara Manqui
El otro día, al comentarle a mi esposo que aún no había comenzado a escribir mi artículo de este mes, me dijo “claro, si eres la reina de la procrastinación”. Inicialmente lo tomé como una ofensa, pero después de meditarlo un poco me di cuenta que era cierto. Seguramente si hubiera un ranking imaginario de los buenos para dejar todo para último minuto, yo estaría dentro de las primeras posiciones.
Definitivamente es algo que no me enorgullece y mirando para atrás percibo que es un problema que he tenido desde hace mucho tiempo. Recuerdo haber esperado hasta el momento de sentir pánico (por tan poco tiempo que me iba quedando) para empezar a armar una presentación corporativa o para empezar a estudiar para una prueba de algún ramo en la universidad. En el colegio, también recuerdo, con bastante vergüenza, las veces que me hice la enferma para tener más plazo para entregar alguna tarea (incluso usé esa técnica en otras situaciones ¡ya de adulta!)
La procrastinación es el acto voluntario de postergar las cosas importantes que necesitamos hacer, para distraernos con cosas más fáciles o placenteras en el ahora. Científicamente está comprobado que todas las personas lo hemos experimentado en alguna oportunidad, y un gran porcentaje de nosotros vivimos continuamente aplazando nuestras responsabilidades. Se refiere a aquel momento cuando estamos a punto de empezar una tarea importante y justo nos acordamos que no estamos enterados de la actualidad nacional, así que decidimos revisar las noticias primero; o justo nos dan unas ganas inexplicables de ordenar un clóset, o nos damos cuenta que el escritorio lleva meses desordenado…; o nos entra la duda urgente si Susana finalmente encontró su pobre gato y nos vemos en la obligación ¡de revisar Facebook!
Procrastinar implica que tomamos una acción trivial en desmedro de otra que es realmente importante, jugándonos directamente en contra. Al retrasar una acción que sabemos que eventualmente vamos a tener que tomar, nos creamos una ansiedad que va aumentando con el tiempo. Sabiendo esto, ¿qué podemos hacer para evitar este estrés autoinducido y que no nos aporta en nada para hacer los cosas que son prioritarias para nuestra vida?
Piers Steel PhD., uno de los investigadores más destacados en el estudio de la motivación y la procrastinación, identificó cuatro factores que impactan directamente sobre nuestra capacidad de automotivarnos y dejar de caer en esta actitud. Si logramos controlar estos factores, lograremos usar nuestro tiempo y esfuerzos en lo que verdaderamente vale la pena para nosotros.
El primer factor que menciona Steel, es el valor que le damos a la tarea que estamos intentando realizar. Debemos tener claro por qué es importante para nosotros realizarla. Si siento que al hacer esta labor voy a conseguir una retribución significativa, voy a sentirme más motivada. Esta retribución puede ser un reconocimiento de un superior o de nuestros pares, algún tipo de premio o compensación monetaria, o simplemente un aumento importante de autoestima. Lo importante es identificar el valor que tiene para nosotros esta tarea y no perder esto de vista mientras avanzamos en su cumplimiento.
¿Qué sucede cuando no le veo valor alguno al trabajo que debo realizar? En esos casos, estimo que lo mejor es desafiarnos a encontrar una manera creativa de obtener algún beneficio de la situación, casi como si fuera un juego. ¿Hay alguna herramienta nueva que puedo usar? ¿Hay alguna persona a la cual le puedo pedir ayuda, y así aprender de ella? ¿Existe una manera de generar un mayor impacto con mi resultado? Nuestra imaginación es el límite cuando se trata de pensar en formas ingeniosas de sacarle provecho a nuestra situación.
El segundo factor que hace parte de esta ecuación de la motivación, es la expectativa que tengo sobre los resultados. ¿Estoy convencido que soy realmente capaz de realizar la tarea que tengo al frente? Debemos tratar de sentirnos confiados en que vamos a poder realizar nuestro trabajo y que los resultados que vamos a obtener van a ser buenos. En el caso de que nos cueste vernos triunfando en esta actividad, debemos tomarnos el tiempo para identificar la razón porque nos sentimos de esta manera y ver si tenemos la forma de volver a reconocer nuestro poder y capacidad para crear las circunstancias que queremos para nuestra vida.
Este punto también tiene que ver con cuán altas son nuestras expectativas. Si nos ponemos la vara muy alta, cayendo en el perfeccionismo, nos podemos sentir abrumados y desmotivados para continuar. La autocompasión y el ser medido son entonces igualmente importantes para sentirse con las ganas necesarias para cumplir con nuestras responsabilidades.
El tercer ítem mencionado por Steel es el plazo. Cuando sentimos que falta mucho tiempo para entregar una tarea naturalmente tendemos a dejarla para cuando estemos más próximos a la fecha límite. Si aún faltan meses para una prueba es natural pensar “para qué voy a estudiar ahora, si falta tanto tiempo”. Mientras más cerca está la fecha, más motivados nos sentimos para estudiar o avanzar en el trabajo que tenemos que entregar.
Los plazos generalmente son fijos, pero tenemos la capacidad de nosotros mismos ponernos plazos menores que eviten que dejemos todo hasta último minuto. Dividir nuestra tarea en pequeñas partes y trabajar diaria o semanalmente en cumplir estas “mini tareas” es una manera de controlar este item. Por ejemplo, puedo comprometerme a escribir un párrafo por día de mi artículo o a crear dentro de la semana tres diapositiva de mi presentación . Para hacer esto aún más efectivo podemos pedirle a alguna persona de confianza que controle estos plazos para así obligarnos a cumplir con ellos.
Y finalmente, el cuarto factor de la motivación es la facilidad con que nos distraemos. Mientras más volátil es nuestra concentración, menos vamos a poder resistir procrastinar. Si cada dos minutos siento la necesidad de revisar mi email, Facebook, mensajes telefónicos y Twitter, más fácilmente dejaré todo de lado para dedicar tiempo a estos temas.
Para controlar este último factor debemos darnos espacios de tiempo donde vamos a trabajar de forma concentrada, y asegurar que no nos vamos a tentar con otras distracciones. Esto implica crear bloques de tiempo, que pueden ser de tan solo 20 minutos, en los cuales nos iremos a sentar y avanzar en nuestras tareas, y responsablemente nos encargaremos de todas las cosas que sabemos que nos pueden inducir a procrastinar. Apagar todos los avisos de email, de las redes sociales, y dejar el teléfono en modo de avión puede sonar como una medida extrema, pero es totalmente aceptable si durante un pequeño periodo busco priorizar mi concentración y limitar mi mente de pollo.
Si tenemos claro que la tarea que debemos realizar nos va a traer una retribución importante, sentimos que somos capaces de generar un buen resultado, nos damos plazos pequeños para ir avanzando de forma gradual y cuidamos de todas las distracciones que existen a nuestro alrededor, estamos armándonos de la mejor manera contra la temida procrastinación. Por mi parte me siento un poco más tranquila sabiendo que existe una guía de superar esta afección que tanto me ha complicado, y que no soy la única en esta situación.
Para todos ustedes que me acompañan en esta lucha, MUCHA SUERTE y no olvides de cerrar esa ventana ¡del Facebook!